La potencialidad del decrecimiento como movimiento social: ¿imposibilidad o proyecto latente? Breve aproximación

Por Inés Villanueva

Thus, to challenge the supposed neo-liberal consensus around growth, and re-politicise economic debates and practices, there is a need to engage with a wider public. For degrowth to be inclusive, (...) it needs to become a mass movement.

(Fournier, 2008: 539)

Sería difícil negar ya la irrupción del decrecimiento en los últimos debates académicos en torno a la cuestión ecológica y la forma de afrontar el Colapso. Muchos de los contribuyentes a estos debates, de hecho, prefieren hacer énfasis en la necesidad de enfocarlo desde la política –esto es, teniendo como base la demanda de mayor democracia– y no tanto desde la perspectiva económica o, incluso, ambiental (Fournier, 2008; Demaria et al., 2013; D’Alisa et al. (eds.), 2014). Reivindicar la importancia de lo político encarnado en el decrecimiento deja espacio para múltiples dudas que surgen si quiere pensarse sobre él desde la teoría política. ¿Es el decrecimiento un movimiento social? Si no lo es, ¿tomaría algún papel específico en la constitución o estructuración de uno? ¿Hasta qué punto puede tomar el rol hegemónico, aglutinador de demandas heterogéneas, que pensadores como Ernesto Laclau consideran determinante para la articulación de todo movimiento social de masas?

Las líneas que siguen pretenden aproximar una respuesta a estas preguntas que, pese a todo, será insuficiente por lo extenso de la cuestión. Previo a ello, sin embargo, es indispensable definir el decrecimiento y, en la medida de lo posible, subrayar todo aquello que pueda propiciar pensarlo desde la perspectiva de lo político. De esta forma, el siguiente artículo se dividirá en tres partes: una definición introductoria del decrecimiento, su lectura desde lo social y lo político –que pretende responder a las preguntas presentadas anteriormente a partir de una revisión del concepto desde la teoría política de Laclau– y el esbozo de nuevas preguntas que den pie a seguir pensando su capacidad movilizadora.

 

Decrecimiento: definición preliminar

Pese a las dificultades que puede presentar definir el decrecimiento en una única frase o como una sola esencia, podría afirmarse que, al fin y al cabo, se trata de una propuesta necesaria de confrontación a la crisis de múltiples caras que sufren nuestras sociedades hoy en día, y que viene viviéndose desde hace años. Lo propositivo del decrecimiento nace de la contestación a la noción paradigmática de crecimiento, cuyo peso en la cultura impuesta parece ya innegable (Martínez-Alier et al., 2010; Demaria et al., 2013; D’Alisa et al. (eds.), 2014; Asara et al., 2015).

Algunos autores consideran que definir el decrecimiento como una ideología es “demasiado simple, o por lo menos precipitado, para explicar la heterogeneidad de sus fuentes y estrategias”1 (Demaria et al., 2013: 193). Otros insisten en la necesidad de entenderlo como proyecto político, en tanto comprende una visión distinta de las relaciones sociales, de la “buena vida” y del entendimiento del mundo que nos rodea (Demaria et al., 2013; D’Alisa et al. (eds.), 2014; Asara et al., 2015). En suma, se trata de una propuesta que se plantea más allá de lo teórico y hace énfasis en su sinergia con la práctica bajo un lema común, pero plural, que

se centra en torno a la economía reproductiva de la atención, y en la recuperación de antiguos –y en la creación de nuevos– comunes (…) Cuidar en común estaría representado por nuevas formas de vivir y de producir, como las ecocomunidades y las cooperativas, o en conceptos como la renta básica y el techo de ingresos, instituciones éstas que liberarían tiempo de trabajo remunerado y permitirían disponer de él para actividades comunitarias y de cuidado” (D’Alisa et al. (eds.), 2014: 40).

Para el objetivo de este artículo, por lo tanto, es imprescindible remarcar que el decrecimiento puede, y en parte debe, entenderse como un “marco constituido por un despliegue de preocupaciones, objetivos, estrategias y acciones (…) [como] un punto de confluencia donde convergen corrientes de ideas críticas y acción política” (Demaria et al., 2013: 193). En este sentido, los autores le dan la posición de “marco interpretativo”, de “mecanismo a través del cual los actores se involucran en la acción colectiva” (ibíd.: 194). Y, ante esta definición, ¿podría entenderse el decrecimiento como eje articulador de demandas, ante la percepción de ausencia –o carencia– de una vida digna? Responder esto requiere releer lo que Laclau y otros pensadores escriben sobre la conformación de lo social y lo político, la creación de identidades que permiten el surgimiento de movimientos sociales y la subversión del orden establecido – que, al fin y al cabo, es una de las finalidades de la propuesta decrecentista.

 

El decrecimiento y lo político

Se hace inevitable abrir esta sección con dos citas que conjugan las diferentes caras de la cuestión que nos ocupa. Por un lado, Erik Swyngedouw; y por otro, Laclau:

El desafío para una politización del decrecimiento consiste en pensar y llevar a la práctica un resurgimiento de lo político en una época de despolitización postdemocrática. Lo político no puede ser suprimido indefinidamente. Regresa invariablemente como una práctica inmanente que gira en torno a los tropos de la emergencia, la insurrección y la escenificación de un ser-en-común igualitario. (…) [Su resurgimiento] reivindica el disenso como la base de la política, y opera mediante la (re)apropiación del espacio y la producción de nuevas cualidades y relaciones socioecológicas” (Swyngedouw en D’Alista et al. (eds.), 2014: 151)

Afirmar que lo político consiste en un juego indecidible entre lo “vacío” y lo “flotante” equivale, entonces, a decir que la operación política por excelencia va a ser siempre la construcción de un “pueblo” (…) [que] implica también la construcción de la frontera que el pueblo presupone (…). [T]odo nuevo pueblo va a requerir la reconstitución del espacio de representación (…) [T]oda transformación política no sólo implica una reconfiguración de demandas ya existentes, sino también la incorporación de demandas nuevas (es decir, de nuevos actores históricos) a la escena política (…) Esto significa que todas las luchas son, por definición, políticas.” (Laclau, 2005: 192-193)

Ambos fragmentos dan cuenta de diversas cuestiones, más allá de evidenciar el componente político de toda lucha y, por ello, también del decrecimiento. Primero, puede observarse el peso de lo antagónico en la definición de lo político; seguido de esto, la necesidad de identificar el Ser y el No-Ser, el Yo y el Otro, que se desprende de este antagonismo; y, por último, la importancia del nombrar, que precede a toda definición del Yo y del Otro.

Laclau afirmaría unas hojas antes a la cita expuesta que “[la] propagación [de una idea que determina la hegemonización del grupo] depende de la constitución previa de un terreno ideológico preparado para recibirla (…) [donde] es necesaria la sugestión para consolidarla” (Laclau, 2005: 63). Tanto la sugestión hacia esta idea como la definición de la misma pasa por un acto de nominación, que incluye también dar nombre a la propia identidad y a la identidad del Otro, que hasta cierto punto determina, sin cerrar ni explicitar, sus esencias2. Será precisamente en la “productividad social del nombre” (ibíd.: 139) donde radicará la fuerza discursiva de la idea y, con ella, su potencia como movimiento social de masas. Esto, sin embargo, si se está hablando de una idea que deviene fuerza hegemónica, en la forma en que Laclau emplea el término.

Una pregunta que de lo anterior se deriva es si puede el decrecimiento realmente devenir fuerza hegemónica en tanto que movimiento social. Para responderla, sin embargo, puede necesitarse un paso previo: definir de qué sujeto político sería el decrecimiento fuerza hegemónica.

Tomando las reflexiones de María Virginia Morales en Discurso, Performatividad y Emergencia del Sujeto: un abordaje desde el post-estructuralismo (2013), puede comprenderse la importancia de la performatividad en este paso intermedio entre formulación del discurso y nacimiento del sujeto político. La autora afirma que, además del poder del discurso de “producir los efectos que nombra” (performatividad), “el discurso no es meramente descriptivo sino capaz de interpelar a sujetos que no son anteriores a este acto, sino que cobran vida al ser nombrados” (Morales, 2013: 350). La “emergencia del sujeto”, pues, se da con la formulación del propio discurso: “la identidad es un resultado performativo” y “es la nominación, entonces, un elemento fundamental en la constitución de los sujetos” (ibíd.: 351-352).

¿Cuáles son, pues, los distintos actos de nominación que emprendería el decrecimiento para definirse actor hegemónico y constituir un sujeto político? ¿Hasta qué punto puede hablarse de un discurso que compartan todos sus actores y que se encargue de la nominación específica que daría cabida al surgimiento de un Nosotros y un Ellos, siendo tan plurales como se quiera sus esencias?

La importancia acaba radicando, por lo tanto, en el nombrar. A grosso modo, podría decirse que existe cierto consenso en la comprensión de algunos conceptos que toman forma bajo un significante común: Colapso, consumo, sociedad del crecimiento, desarrollismo; comunidad, vida digna, abundancia frugal, bienes comunes, cuidados. Un Ellos y un Nosotros plural pero también, necesariamente, sin la fijación de una identidad firme y cerrada, sino más bien dispersa. Parece no existir un sujeto político que se conforme con la formulación del propio discurso, porque la identificación con este discurso sólo se da cuando ciertos sujetos toman como propias las ideas que lo estructuran. Esto es: el discurso del decrecimiento parece no apelar a un sujeto per se, sino estar constituido por diversas ideas que, previa apropiación de los sujetos a quien se dirige, harán posible la identificación y formación del sujeto político del decrecimiento.

Esta dificultad parece ser compartida, más ampliamente, por el discurso ecologista en general: el sujeto receptor de su discurso es “la humanidad” que, siendo excesivamente amplia, hace que no sea capaz de articular un movimiento social de masas concreto. Tal vez lo que falle aquí sea la definición, tan necesaria para Laclau, de la frontera: una delimitación de Nosotros que implique inevitablemente la creación de Ellos. O tal vez sea necesario repensar cuál sería la conformación idónea del discurso, ya que, si no es a través de ideas que quieren ser apropiadas, ¿a partir de qué se construye?

Entramos aquí en un punto esencial: aquello alternativo a las ideas como constituyentes del discurso sólo puede ser, a primera vista, la experiencia y, más concretamente, el sufrimiento de las violencias que el Otro provoca en el Yo. En cierta manera, podemos tomar como referencia por sus similitudes la expansión del discurso feminista –con todos los plurales que lo conforman– que se ha vivido estos últimos años. Lo que previamente fuera literatura académica que parecía salir sólo marginalmente de los muros de las universidades y de los círculos intelectuales, es ahora motivo de movilización de millones de personas, y su sujeto político –que cuenta con identidades muy diversas en su conjunto– no es por ello menos amplio, sobre todo si tenemos en cuenta la crítica que se viene haciendo desde hace unos años a la construcción de las identidades masculina y femenina, que lleva a apelar también a los hombres que se identifican como tales. La transversalidad con que se sufren las violencias que el Otro del feminismo provoca en las sociedades conforma un Yo colectivo que es amplio pero concreto, en tanto estas violencias son sufridas en el propio cuerpo. Sin embargo, ¿qué cuerpos sufren las violencias del Otro del decrecimiento?

Aquí podrían darse dos respuestas primigenias. Por un lado, siguiendo la línea de pensamiento anterior, podría decirse que sólo pueden devenir sujeto político del decrecimiento –o, por extensión, del ecologismo– los pueblos del Sur global, que son quienes sufren las consecuencias del desastre ecológico provocado en el Norte. Por otro lado, podría decirse que el sujeto político del decrecimiento son las sociedades desde las que se lo teoriza, ya que, pese a no sufrir las violencias del Otro tan violentamente como en el Sur, sufren las violencias que provoca una vida que no se considera buena, que se vive con desasosiego (ver Madorrán en Riechmann et al., 2017: 311).

Conforme a la primera respuesta, es necesario enfatizar la localización del decrecimiento, que contradice la posibilidad de dicha respuesta. Afirmar que los pueblos del Sur global, por sufrir las violencias del Otro –que en este caso somos (N)osotros, las sociedades del Norte– debe ser el sujeto del decrecimiento es lógicamente factible si se sigue la línea de pensamiento planteada. Sin embargo, deja de serlo en el momento en que se hace evidente que, naciendo la propuesta decrecentista en el Norte, éste no puede exigir al Sur que adopte una abundancia frugal que sólo se comprende en el contexto del Norte – pues es ahí desde donde se ha teorizado.

Conforme a la segunda respuesta, pareciendo más adecuada en esencia, se hace de más difícil resolución, ya que volvemos a la pregunta de quién es el Otro y quién es el Yo. Siendo el Otro el que provoca este imaginario colonizado (ver Latouche en D’Alisa et al., 2014: 174 – 178), ¿cómo construir el discurso más allá de las ideas que lo estructuran, y enfatizando el sufrimiento de violencias que el Otro provoca en nuestros cuerpos, cuando éstas pueden no considerarse siquiera violencias?

Esta cuestión es central y ciertamente puede verse como uno de los objetivos del decrecimiento: debe repensarse el significado de violencia en términos socio-ecológicos3 y debe repensarse asimismo el paradigma de la vida buena que destierre la lujosa abundancia de nuestros horizontes – esto es, “desoccidentalizarse” (ibíd.: 177). Y el decrecimiento parece dar respuesta a estas demandas.

Frente a todo esto, queda una última salida a considerar: si la formación del discurso no se estructura mediante ideas ni experiencias, ¿sobre qué se estructura? Pese a que no se explorará en profundidad esta cuestión en lo que sigue de artículo y, por lo tanto, queda abierta, es interesante tener en cuenta la existencia de demandas democráticas que motivan discursos igualmente legítimos. Se trata de reivindicaciones de los sujetos sociales como parte activa de la vida pública y de lo político, al fin y al cabo, y cuya conjugación con luchas de autodefensa es, muchas veces, esencial para su articulación.

Además de esto, debe tenerse en cuenta la excesiva lejanía conforme a la realidad en que queda todo lo planteado cuando la importancia de la performatividad acaba cayendo sólo en lo discursivo. Buena parte del proceso de creación del sujeto, de su subjetivización precisamente, debe conformarse igualmente mediante la praxis – algo que, como ya se ha comentado, no escapa a la forma de hacer decrecentista.

Por esto, existe una gran dificultad en definir el decrecimiento como movimiento social en esencia, aunque no exista tanta complejidad en tomarlo como base estructuradora de un posible movimiento social de masas. ¿Acabaría conformando, de esta forma, un centro sobre el que se estructure lo político en nuestras sociedades?

 

Conclusiones e interrogantes por responder

Tras todo lo comentado, quedan las dos grandes cuestiones por responder que motivaban la escritura de este artículo en un inicio: ¿es el decrecimiento un movimiento social?; y, ¿puede tomarse el decrecimiento como eje estructural de lo político?

A la luz de lo que se ha ido exponiendo, las dificultades y complejidades para enmarcarlo dentro de la forma de un movimiento social de masas tal y como lo comprendía Laclau hacen que la respuesta a la primera pregunta sea negativa. El decrecimiento no puede ser considerado, en esencia, un movimiento social – desmintiendo, así, la afirmación que abría este artículo. Sin embargo, parece constituir algo mucho más interesante: el eje sobre el que se erigen propuestas concretas, el centro aglutinador de demandas que ayuda a articular un movimiento social. La respuesta a la segunda pregunta parece ser positiva.

Esta afirmación, que acaba conformándose en gran medida sobre una intuición, es merecedora de una investigación y exploración mucho más extensa que excede los límites del presente trabajo, mas es objetivo llevarla a cabo. Siendo esto una aproximación a la cuestión, se hace evidente la necesidad de profundizar en los temas tratados. Aun así, se ha podido responder a la pregunta de si el decrecimiento podía ser considerado un movimiento social. Siendo su respuesta negativa, queda por aclarar si puede ciertamente el decrecimiento tomar el rol hegemónico que se le exige para ser el eje de algún movimiento social de masas.

Para responder a esta pregunta es necesario, sin duda alguna, dejar a un lado el plano teórico para comprobar empíricamente si existe algún movimiento que tome el decrecimiento como eje de sus propuestas y de su discurso, y que lo considere suficientemente amplio como para aglutinar todas las demandas heterogéneas existentes. Dicho esto, una investigación de este calibre excede también los límites del presente artículo y merece una consideración más profunda en otra parte4. Es por esto que pocas conclusiones realmente consistentes pueden dibujarse, y parece que existan más preguntas abiertas que respuestas, entre ellas: ¿cómo los sujetos en lucha –en el acto de definir un espacio discursivo común a partir de múltiples demandas, que según se ha intuido, podría ser el decrecimiento– elaboran significantes comunes? ¿Cómo éstos acaban co-produciéndolos a ellos mismos como sujetos políticos?

Éstas y otras preguntas acaban surgiendo inevitablemente, de forma que lo presentado en las líneas anteriores sólo puede ser, como indica el subtítulo, una breve aproximación.

 

1Ésta y las siguientes citas del artículo What is degrowth? From an activist slogan to a social movement (Demaria et al., 2013) son traducciones propias.

2A propósito de esto, María Virginia Morales concluía lo contrario: “No hay una esencia que sea descrita mediante actos de nominación, sino que por el contrario es el nombre, el significante, el que soporta la identidad del objeto y es la reiteración de los actos del habla la que produce la ilusión de una esencia natural (…) Toda política de la identidad implica una construcción y reconstrucción de su propio referente (…) La nominación (…) es la construcción discursiva del sujeto mismo” (Morales, 2013: 351-352). Así, la determinación de la “esencia” que conformaría un sujeto no depende únicamente de la nominación, sino también de cierta historicidad, esto es, reiteración, a lo largo del tiempo, de las ideas que estructuran el discurso.

3De la reconfiguración del significado de violencia tienen mucho que enseñarnos los feminismos y los movimientos decoloniales, entre otros.

4 Es necesario puntualizar, igualmente, que la posición desde la que se piensa en lo social y lo político no debe sobrepasarse en abusar del plano teórico: será empíricamente que podrá comprobarse lo que se escribe sobre el papel, y será lo que se dé empíricamente la base sobre la que se escriba. Y esto, como se apuntaba al principio, forma parte también de la metodología seguida por activistas y pensadores decrecentistas: no pueden construirse nuevos imaginarios sin la sinergia necesaria entre la teoría y la praxis.

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