Entre el miedo y la ira: reapropiaciones de la rebeldía en los horizontes de (des)esperanza

Por Andy Eric Castillo Patton

El devenir vírico del Covid-19 ha traído a colación múltiples lecturas que están poniendo en cuestión todo un orden de certezas en previo proceso de desintegración. Sin embargo, no todas estas lecturas contienen lo que se podría definir como un horizonte emancipador. A las luchas sindicales, indígenas, feministas y ecologistas pre-pandémicas, impugnadoras del modelo depredador de globalización neoliberal, se les está presentando un actor reactivo por parte de movimientos sociales de base etno-identitaria, movilizadores de una tendencia hacia la desglobalización en clave de retorno nacionalista. Sin embargo, en la emergencia pandémica se ha producido una reorganización de los discursos y espacios en disputa de acuerdo a las medidas implementadas por los gobiernos estatales, con las sobradamente conocidas limitaciones a la libertad de movimiento y cierres a la actividad económica. Es en este contexto donde se adivina una particular configuración de una subjetividad contra-pandémica negacionista, no sólo radicada en la reformulación del negacionismo anti-climático y anti-feminista, sino también adscrita a una singular alianza de defensores de privilegios de clase junto a elementos de grupos sociales desposeídos y vulnerables.

Más allá de su susceptible vinculación a líderes y partidos políticos de corte autoritario, la emergencia de estos movimientos ha ensanchado durante la pandemia su presencia callejera y mediática en base a la agitación de tesis conspiranoicas o, mejor dicho, anti-gubernamentales, dado que ponen el foco del problema vírico en la propia forma de existir y administrar de las instituciones públicas. Lejos de comprenderse como una estrategia propia de las organizaciones de “derecha alternativa” o ultraderecha populista, el movimiento negacionista tiene una configuración entre amorfa y poliédrica, siendo punto de encuentro de diferentes lecturas sobre el actual devenir político, pero con un elemento común que se localiza entre el miedo, la ira y la desesperanza. Estas posiciones, además, han salido a la búsqueda de una significación pública desde una marginalidad que no conviene denostar, dado que pone en consideración ciertas vulnerabilidades personales y colectivas a tener en cuenta para entender y contrarrestar desde un enfoque dialógico y emancipador. De esta forma, a lo largo de este texto se propone una lectura reflexiva en torno a cuatro conceptos (“psicodeflación”, “cosmoagonía”, “unificación microbiana” y “simpleza pandémica”) que ponen en consideración las bases por las cuales el nuevo negacionismo se ha convertido en un espacio clave en la disputa y apropiación de las ideas de libertad y desobediencia, planteando nuevas luchas discursivas y no discursivas en torno a la rebeldía que cabe no descuidar por parte de los movimientos sociales de corte progresista.

1) Psicodeflación: metáfora de un colapso tras una era de convulsión estresante

En primer lugar, la idea de “psicodeflación” planteada por Franco Berardi sugiere que estamos en el umbral de una nueva configuración de las subjetividades sociales a partir de un momento de caída repentina de una tensión mental con radicación previa a la explosión pandémica. Según Bifo, la ola de protestas iracundas e incendiarias acaecidas entre 2018 y 2019 en todo el mundo, de Hong Kong a Barcelona y de Líbano a Chile, revela un escenario previo de hartazgo social con incierto recorrido institucional donde las propuestas transformadoras comenzaban a exhibir cierto agotamiento propositivo. La dimensión subjetiva de este colapso ante un detenimiento absoluto de la vida, de clara interpelación disciplinaria, se circunscribe a un territorio de la “psicoesfera” donde lo psicoafectivo resulta gravemente alterado en un momento de “recodificación universal” de las incertidumbres de acuerdo al efecto catalizador del coronavirus. En este sentido, la reconducción de la ira pasa por un túnel del miedo en la declaración epidémica del estado de excepción por parte de los Estados, planteando sombríos horizontes de desesperanza post-pandémica. Como inmediato efecto reactivo se produce una confusión del “registro psicoafectivo” con el “registro mitológico” de las nociones ideológico-políticas. Este solapamiento mitológico-psicoafectivo da lugar a que determinadas energías emocionales se recompongan a partir de diferentes lecturas cuya articulación apresurada señala incapacidades e hipotéticas nuevas tiranías del gobierno de los “expertos”, siendo el paradigma del confinamiento el primer objeto de crítica negacionista.

2) Cosmoagonía: epifanía de una fragmentación de los sentires comunitarios

En segundo lugar, el concepto de “cosmoagonía” por María Galindo visibiliza una reorganización fragmentada de los sentires en torno a la comunidad de pertenencia, ahondando en la crisis del Estado-Nación y su binomio. La quiebra de la gobernabilidad a nivel planetario y las emergentes reacciones disciplinarias resultan contestadas desde distintos ámbitos de acuerdo a diferentes intereses y problemáticas de clase. Aquí acontecería una paradoja donde la noción de una “fascistización de la subjetividad”, tal y como plantea Galindo, entraría en consideración tanto por parte de grupos nacionalistas como negacionistas, con lecturas contradictorias, pero próximas entre sí. Es decir, tras la caída de la tensión y la recomposición psicoafectiva descrita en la “psicodeflación”, habría una incorporación de diferentes relatos basados en la desconfianza institucional, donde entran en juego ideas resignificadoras de la comunidad. Por una parte, estarían las lecturas etno-identitarias que consideran que hay una ofensiva del Estado contra la Nación, agravada en aquellos contextos en los que el poder ejecutivo se define formalmente como de izquierdas. Por otra parte, coincidiendo en la reducción de la comunidad a la metáfora de la familia biológica tal y como se plantea en el nacional-populismo, otras lecturas negacionistas ponen en consideración la amenaza por parte del Estado al único grupo de pertenencia y de afecto legítimo que les queda a individuos desamparados y sin sostén económico. Por tanto, estas nociones adscritas a la cosmoagonía y la quiebra del sentido del sistema-mundo estarían vinculadas a una particular emergencia de léxicos contra-pandémicos no emancipadores que, precisamente, nacen de las obsolescencias políticas y prácticas disciplinarias.

3) Unificación microbiana del mundo: expansión de los peligros invisibles

En tercer lugar, estaría la idea de la “unificación microbiana” del mundo comentada por Frank Molano. A raíz del concepto sugerido por Le Roy Ladurie, Molano pone en consideración la enérgica reafirmación de un devenir inmunológicamente vulnerable cuya asociación a la globalización capitalista neoliberal se hace indisociable. Sin embargo, las lecturas negacionistas a este respecto no van dirigidas tanto a la confirmación de un “desbordamiento zoonótico” donde el capitaloceno y su particular régimen energético ponen en peligro al medio ambiente y al ser humano, tal y como se establece desde el ecologismo y el ecofeminismo. Lo que se dejaría entrever en esta unificación microbiana del mundo, de acuerdo a las nuevas subjetividades negacionistas, sería un intento de unificación totalitaria tras la quiebra del sistema-mundo según la idea de la cosmoagonía. En consecuencia, la respuesta gubernamental a un peligro biológico de carácter universal encuentra su léxico común en el desarrollo de una estrategia sanitaria dirigida a garantizar el fin de la situación de excepción y crisis en base a la producción y administración masiva de una vacuna. Así, el negacionismo plantea que la unificación microbiana es una unificación de léxicos y de estrategias de dominación donde el miedo a los efectos secundarios de la vacunación da lugar a particulares relatos y formas de resistencia anti-vacunas, ineficientemente contrarrestadas con campañas se señalamiento público y estigmatización de estas posturas.

4) Simplezas pandémicas

En cuarto lugar, el reduccionismo discursivo de las “simplezas pandémicas”, tal y como las plantea Javier Segura, se podría aplicar fuera de su impulso institucional a la hora de implementar un enfoque disciplinario de la salud, más fundamentada en la precaución que en la colaboración. En consecuencia, las nuevas subjetividades negacionistas plantean contra-léxicos pandémicos y simplismos alternativos que ponen en cuestión consensos como la distancia física de seguridad o el uso de la mascarilla, además de la legitimidad o idoneidad de una vacuna contra el Covid-19. En el caso del campo de batalla corporal y simbólico de la mascarilla se podría entender como la forma más específica por la cual la simpleza pandémica alternativa encuentra especial significación en torno al rechazo del “tapabocas” o “bozal”, muy al hilo de la idea de resistirse a una unificación totalitaria de la población en un horizonte de ira, miedo y desesperanza. En consecuencia, retirarse la mascarilla o no portarla en la vía pública se convierte en un acto de vindicación de la libertad individual y de clara resistencia pública a un mandato médico-gubernamental incapaz de plantear soluciones pedagógicas. En este sentido, se podría establecer que esta nueva subjetividad sería una producción accidental de políticas públicas de prevención de naturaliza vertical, disciplinaria y apresurada.

En síntesis, los cuatro conceptos interconectan una específica producción de sentires y de visiones acerca de la actual crisis que no se corresponden específicamente con una particular defensa de intereses de clase. Sin duda alguna, grupos pertenecientes a élites sociales tienden a mostrarse cercanos a posturas negacionistas en tanto que se les niega el disfrute total de sus privilegios económicos. Sin embargo, los sentires estigmatizados de sujetos procedentes de otras clases sociales o grupos sociales criminalizados como el de los jóvenes pueden verse especialmente atraídos por estas teorías que dan lugar a una particular nueva épica del individuo o del colectivo leído en clave nacionalista. En este sentido, cabe prestar atención a estas vulnerabilidades que requieren ser atendidas por movimientos sociales de corte emancipador en tanto que, tal y como estiman investigadoras de los movimientos sociales como Donatella de la Porta, Breno Bringel o Geoffrey Pleyers, las nuevas batallas por el discurso y por el espacio se están dando fuertemente en ésta dirección. Asimismo, frente a la ira, el miedo y la desesperanza que alimenta estas nuevas posiciones y su particular redefinición de la libertad cabe resignificar el presente y el futuro en vistas de plantear horizontes en común que hagan de la esperanza un valor inclusivo y vibrante.

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