Por Jose Ángel Ortuño Torres
Leyendo el prólogo anónimo que Unión Editorial ha dedicado a la obra de Hayek Sindicatos, ¿para qué? (Hayek, 2009) a uno le queda claro la pertinencia de dedicar este trabajo a la defensa del sindicalismo. El autor del prólogo plantea una serie de preguntas para las que es obvio que ya tiene respuesta:
“¿Son realmente los representantes y defensores de los intereses de la clase trabajadora? ¿Lo fueron alguna vez? […] ¿Son prioritarios en su actuación los intereses de todos los trabajadores, o no lo serán más bien los de unos trabajadores a costa de otros (los parados), y sobre todo los de una bien instalada burocracia laboral? ¿Tiene algún fundamento la contratación colectiva, de la que los sindicatos son los grandes protagonistas, cuando los intereses de las empresas y de los individuos son tan diferentes en función de sus particulares circunstancias? […] ¿Y qué decir de esa pintoresca y numerosa clase de liberados sindicales, pagados por las empresas?
Sigo leyendo, ahora ya la obra de Hayek, y descubro, no sin cierto estupor, que el poder de las organizaciones sindicales no es fruto “del mero ejercicio del derecho de asociación”, sino que “lo que son se lo deben en gran medida a que legisladores y tribunales han venido otorgándoles privilegios de los que no goza ninguna otra persona o entidad”. La inflación es fruto, exclusivamente, del “poder de los sindicatos para aumentar los salarios nominales, lo cual no puede por menos que llevar a una inflación continua y progresiva”. Hasta el futuro de la sociedad está en manos de estas perversas organizaciones sindicales: “pero las decisiones que habrán de tomar las empresas enfrentadas con estas nuevas exigencias afectan a cuestiones de principio y pueden tener, por consiguiente, efectos muy profundos, hasta el punto de llegar a decidir en buena parte el futuro de nuestra sociedad”.
El resto del corpus ideológico de Hayek, Friedman, de la Escuela de Chicago, por resumir, fue puesto en práctica en Chile y, posteriormente, en los Estados Unidos y en el Reino Unido, de la mano de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, respectivamente.
Centrándonos en Thatcher, la Primera Ministra llegó a decir que tendrían que luchar contra un enemigo interior más peligroso que el enemigo exterior al que se había combatido en las Malvinas: los sindicatos[1]. No es exagerado decir, como afirma Adolfo Sánchez, en el diario mejicano La Jornada (Sánchez, 2013), que lo que sentía M. Thatcher hacia los sindicatos era odio. La lucha contra los mineros del carbón fue algo más que un enfrentamiento por la reconversión de un sector productivo. Fue la excusa para recortar el poder de los sindicatos británicos. Después de la derrota de los mineros, vendría la derrota de los trabajadores de las industrias gráficas…
En esta batalla contra los sindicatos, la prensa amarilla no estuvo al margen y no fue neutral. Se puso del lado del Gobierno. Brendan O’Neill analiza en un artículo lo que llama el mito del tachersimo (O’Neill, 2013), no siendo ajeno el diario The Sun a la construcción de una imagen de M. Thatcher aceptable por parte de aquellos ciudadanos perjudicados por sus políticas. En su tesis doctoral, Ryan James Thomas (Thomas, 2012) estudia el enfoque adoptado por tres tabloids (The Sun, The Daily Mail y The Daily Mirror) sobre las cuatro huelgas más importantes ocurridas en el Reino Unido en el período de estudio (2002-2010). Thomas concluye que estos tres medios presentaron a los sindicatos como una amenaza para la economía, el bienestar general y la seguridad públicos; anacrónicos; y vinculados con el Partido Laborista, es decir, que sus objetivos no son laborales sino políticos. Además, mezclan las huelgas con otras cuestiones, como la de la inmigración.
Podemos hablar de la existencia de una campaña antisindical en España. No contra un sindicato concreto o unas prácticas sindicales concretas, sino contra el concepto mismo de trabajadores organizados en defensa de sus intereses. Una ofensiva que tiene una dimensión. Una ofensiva legislativa (las reformas laborales quitan poder a la negociación y a los convenios colectivos), policial y judicial (casi trescientos sindicalistas procesados por su actividad sindical) y mediática.
La existencia de esta ofensiva antisindical queda acreditada por la labor realizada por la Confederación Sindical Internacional (CSI). Anualmente, esta organización elabora un informe sobre las violaciones de los derechos sindicales en el mundo. Como instrumento de trabajo, la CSI elabora un Índice Global de los Derechos (CSI, 2017), basado en un documento de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) (Sari y Kucera, 2011). El documento recoge 97 indicadores referidos a libertades civiles, derecho de sindicación, derecho de huelga, libertad para la acción sindical y la negociación colectiva. El resultado obtenido de estos 97 indicadores permite clasificar a los países en cinco categorías, que van desde la violación irregular de derechos (Suecia, por ejemplo) hasta derechos laborales y humanos no garantizados (China). Podríamos pensar que España estaría en el primer grupo, pero no. España está en el grupo de países donde se producen violaciones regulares de derechos laborales, junto a otros países como Marruecos. A pesar de nuestro ordenamiento jurídico, que concede constitucionalmente a los sindicatos su papel en las relaciones laborales, lo cierto es que la CSI constata en nuestro país la existencia de represión de los derechos de reunión y expresión de los trabajadores; la criminalización del derecho de huelga; la detención de sindicalistas durante el ejercicio de huelga; los servicios mínimos abusivos; una campaña antisindical en los medios de comunicación y el incumplimiento, por parte de varias comunidades autónomas, de la legislación en materia de derechos sindicales.
De toda esta lista de ataques a la libertad sindical nos vamos a centrar en la campaña de difusión de mensajes antisindicales desde los medios de comunicación.
Karl Marx, decía en el prólogo a su obra Contribución a la Crítica de la Economía Política (Marx, 2003) que el “ser social determina la conciencia social”. Pero ocurre a veces, como sintetiza muy bien el dicho popular de que no hay nada más tonto que un obrero de derechas, que las personas pueden tener una falsa conciencia. Es decir, que su pensamiento no se adecúe a las condiciones materiales de su existencia.
¿Cómo llega una persona a tener una falsa conciencia de su ser, de su posición social, de su sitio en el mundo? Suponemos que es un proceso complejo en el que se entremezclan, de manera dinámica, factores psicológicos, familiares, educativos,… Y suponemos que en ello tienen algo que ver las industrias de la conciencia (Sánchez, 1995): cine, publicidad, medios de comunicación social…
En 1881, cuando la vida de Marx se acercaba a su fin, se promulgó en Francia una ley que liberaba a la prensa del control estatal. Se produjo una explosión del número de cabeceras y de los tiradas de los mismos, fenómeno impulsado por la financiarización de la prensa (creación de sociedades anónimas que cotizaban en bolsa propietarias de los periódicos) y del recurso a la publicidad. Pero, al contrario de lo que podría esperarse, mayor número de periódicos no implicaba mayor diversidad de opiniones (como el caso Dreyffus demostró) y, sobre todo, mayor objetividad. El caso del canal de Panamá (el fracaso de una empresa francesa con financiación pública, que realizó el primer intento de construir el canal de Panamá) puso en evidencia que numerosos periódicos habían recibido fondos para promover esta iniciativa (Bréville y Vida, 2015).
Será Antonio Gramsci el que enmiende la plana a Marx. ¿El ser social determina la conciencia social? Así, en absoluto, de manera mecanicista, como las implicaciones en la lógica y en las matemáticas: al menos es matizable tal afirmación. En los Cuadernos de la Cárcel (Gramsci, 1981) nos enseña que una clase social puede ser dominante y dirigente. Dominante, desde el poder que permite someter por la fuerza, por ejemplo. Dirigente, en el sentido de que controle la dirección intelectual y moral de la sociedad. Puede ser dirigente incluso antes de ser dominante. Es hegemónica, en el sentido que controla la dirección política, intelectual y moral de la sociedad. Ahora bien, nos dice el sardo, la construcción de la hegemonía, que sirve para perpetuar la situación de explotación económica de una clase social por otra, no puede hacerse de una manera explícita, sino que precisa de formas de hegemonía que oculten la situación. Se precisan formas de hegemonía adecuadas para crear un consenso manipulado, asimétrico, en el que una de las clases está en clara desventaja. En la construcción de la hegemonía, Gramsci reconoce el papel fundamental que juegan el sistema educativo, la religión y los medios de comunicación.
Los pensadores agrupados en la Escuela de Frankfurt, partiendo de Marx y aunándolo con el psicoanálisis y la sociología crítica, hicieron suya la idea de que “el hombre no es un ser en cuclillas”, pero sin dedicarse a repetir maquinalmente al maestro (Störing, 1997). Partiendo de una reflexión sobre el desarrollo técnico, llegan a la conclusión de que la técnica es un instrumento de dominación (Pinedas, 2001), que al penetrar en el campo de la producción cultural, sirve para el ejercicio del poder y la manipulación ideológica, contribuyendo a la reproducción de las sociedades capitalistas avanzadas.
En los años sesenta surge la teoría llamada agenda-setting, según la cual, los medios de comunicación proporcionan algo más que noticias (Muro, 2014). Los medios de comunicación determinan qué es noticia y qué no lo es, y establece la jerarquía entre las noticias que se darán a conocer al público. Por tanto, periódicos, radios y televisiones configuran la agenda informativa de cada día, la realidad visible (McCombs y Shaw, 1972)[2]. Pero también nos dicen qué debemos pensar sobre cada noticia, proporcionándonos, mediante los contenidos y los discursos, el marco interpretativo de la realidad (frame), logrando condicionar el comportamiento político del público en la dirección deseada por el editor del medio. ¿El editor? Bueno, sus accionistas, sus anunciantes, los grupos de interés que son capaces de presionar sobre el medio,…
Pasemos ahora a hacer una revisión de la situación de los medios de comunicación en España. Rivas (2013) define esta situación mediante los siguientes hechos:
- Reducción de los ingresos por publicidad, a causa de la crisis.
- Cambios legislativos (Ley 7/2009, de Medidas Urgentes en Materia de Telecomunicaciones; Ley 7/2010, General de Comunicación Audiovisual), que favorecen la concentración empresarial, mediante fusiones y absorciones. El resultado es la tendencia a la formación de un oligopolio imperfecto.
- El tránsito de los medios de pago a la gratuidad.
- La adopción de nuevos formatos. La TDT e Internet abren nuevos campos de competencia.
- En los grupos de comunicación españoles no existe una cultura empresarial y están excesivamente endeudados. Existe una fuerte dependencia del sector financiero, vía préstamos y créditos.
- Los grupos de comunicación españoles tienen un tamaño pequeño, frente al gran tamaño de grupos internacionales como Vivendi y Time Warner.
- La presencia de capital extranjero (Mediaset, De Agostini,…).
- Repercusión de la crisis en el empleo del sector: despidos y reducciones de plantilla, precarización del empleo, bajos salarios, pérdida de prestigio social…
- Libertad de los profesionales encorsetada.
El objetivo es cambiar la percepción del público sobre los sindicatos, con el objetivo de “quebrar el espinazo al sindicalismo confederal, requisito previo para destruir los derechos sociales” (Benito, 2010).
Algunas técnicas para modificar la percepción del público sobre un hecho son recogidas en Aparici (2010), y en Aparici y Rivas (2010) se aplican al caso concreto de la huelga general del 20 de septiembre de 2010. Veamos:
- Modificación del significado de una palabra. Estamos ante una huelga general, convocada contra una reforma laboral lesiva para los derechos de los trabajadores, y las palabras y expresiones más utilizadas para hablar de este acontecimiento son “piquete”, “liberados”, “privilegios”, “financiación” y “reforma laboral”. Juntémoslas, repitámoslas y conseguiremos cambiar el significado del término huelga: la huelga es convocada por los liberados de unos sindicatos, financiados con dinero de todos, para defender sus privilegios. Sólo con la violencia de los piquetes la huelga encontrará algo de eco entre los trabajadores.
- Creación y utilización de palabras de choque, con una fuerte carga emocional: terrorismo sindical, piquetes violentos, privilegios de los liberados,…
- Utilización de frases hechas, que es una forma de manipulación bastante discreta. La frase hecha, que es fácil de asimilar porque es una forma de sentido común basado en la experiencia, se basa en la repetición de argumentos que carecen de un fondo de verdad sólido, que acaban por ser aceptado por la mayoría del público. Para Aparici y Rivas (2010), son producidos de manera intencionada. Estos autores recogen varios sobre la huelga general del 29 de septiembre: “no es el momento de convocar una huelga general, sino de arrimar el hombro”, “los piquetes impedirán el derecho al trabajo”.
- Presentación de hechos aparentes, mediante la desaparición de voces críticas. En el caso de la huelga general del 29 de septiembre, no se entrevista a sindicalistas ni a políticos de la izquierda.
- Argumentos huecos o exagerados: “convocar una huelga general es algo desmedido”
- Omisión de hechos. Los medios de comunicación no informan sobre el contenido de la reforma laboral, que afecta gravemente a trabajadores fijos, a los sujetos a contratos de fomento de la contratación, a la negociación colectiva,..
Tras la jornada de huelga general, estos mecanismos fueron de nuevo usados, ahora para transmitir la idea de que la huelga había sido un fracaso (a pesar de que en algunas comunidades autónomas fue un éxito, como Asturias y Baleares) o vincular al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero con los secretarios general de U.G.T. y de CC.OO. Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo, respectivamente. Aparici y Rivas (2010) hacen un amplio recorrido por las portadas de diarios de difusión nacional y autonómica, dejando claro el intento manipulador. Las ideas que los medios mayoritarios de comunicación pretenden transmitir sobre los son:
- Los sindicatos subsisten financieramente gracias a las subvenciones públicas.
- La gestión de los fondos públicos que reciben es, cuanto menos, poco transparente. En particular, se lucran de las ayudas que reciben para la formación continua de los trabajadores.
- Los sindicatos organizan cursos de formación que no sirven para nada.
- Carecen de representatividad.
- Solo representan a una minoría de trabajadores: los funcionarios y los obreros industriales.
- El número de liberados sindicales es muy alto, viven del cuento y tiene un coste exorbitado para empresas y administraciones.
- Las horas sindicales se utilizan para excusarse del trabajo mermando la productividad.
- Los sindicatos no cumplen ninguna función de utilidad social. En cambio, se dedican a hacer política.
- Frenan el crecimiento económico.
Un brevísimo artículo de Javier Vizcaíno (citado por Aparici y Rivas (2010), en un tono bastante irónico y con bastante inteligencia, puede servir de recapitulación a todo lo dicho. En el mismo se recoge el papel jugado en el contexto de la huelga general del 29S, por La Razón, La Gaceta, Intereconomía, José María Carrascal, Jiménez Losantos, Ignacio Camacho,…
Aparici y Rivas (2010) y Benito (2010) hablan de campaña mediática contra los sindicatos, de estrategia intramedios. En el momento de la huelga general, sin duda. Pero del análisis del discurso de las informaciones y del enfoque de las mismas recogidas en el Anexo I, vemos que la campaña es sostenida en el tiempo, evidenciando que el objetivo de acabar con la presencia sindical de la vida social, política y económica de nuestro país, es un objetivo estratégico, a largo plazo, en el que los medios de comunicación, creadores de falsas conciencias, juegan un papel esencial.
Creemos que, a la vista de lo dicho, la pregunta de cómo es posible que los medios de comunicación hayan perdido su credibilidad, está más que respondida: no ejerciendo su misión de informar, y dedicándose a crear conciencia, al servicio de unos intereses que no son los del público que busca información. Ante este panorama, hemos de pensar que los oyentes, lectores y espectadores poco pueden hacer por hacer aquello que decía Antonio Machado, diferenciar las voces de los ecos. Difícil panorama mediático para los sindicatos.
Referencias
Aparici, R. (2010). La construcción de la realidad en los medios de comunicación. UNED, Madrid.
Aparici, R.; Rivas, C. (2010). El tratamiento de la información de la huelga del 29 de septiembre de 2010. Estudios de la Fundación, nº enero de 2010. Fundación 1 de Mayo, Madrid. Recuperado el 15 de marzo de 2017 desde http://bit.ly/2mC5ncH
Benito, Rodolfo (2010). A medida que se atacan los fundamentos del Estado del Bienestar, persiste una fuerte campaña contra los sindicatos. Revistas de Estudios, nº 18 agosto de 2010 pp. 2-4. Recuperado el 15 de febrero de 2017 desde http://bit.ly/2n04LJQ
Bréville, B.; Vidal, D. [coords.] (2015). Privatización de la censura de prensa. En Atlas de historia crítica y comparada. Le Monde Diplomatique-UNED, Valencia.
Confederación Sindical Internacional (2017. Informe sobre las Violaciones de los Derechos Sindicales. Recuperado el 7 de marzo de 2017 desde http://bit.ly/2mJzOgr
Gramsci, Antonio (1981). Cuadernos de la cárcel. Era, México. Seis volúmenes.
Hayek, Fiedrich A. (2009). Sindicatos, ¿para qué? Unión Editorial, Madrid.
Mccombs, M. E.; Shaw, D. L. (). The agenda-setting function of mass-media. The public opinión Quaterly, vol. 36, nº 2 verano 1972, pp. 176-187. Recuperado el 5 de marzo de 2017 desde http://unc.live/2bEsOc7
Marx, K. (2003). Contribución a la Crítica de la Economía Política. Biblioteca Nueva, Madrid
Muro, Ignacio (2014). Comunicación y poder en el capitalismo global. El papel de los medios. Colección Informes, nº 82. Fundación 1º de Mayo, Madrid. Recuperado el 12 de febrero de 2017 desde http://bit.ly/1n0YTuD
O’Neill, Brendan (2013). The myth of Thatcherism. Spiked, 9 de abril de 2013. Recuperado el 5 de marzo de 2017 desde http://bit.ly/2lOm14K
Pineda, Magdalia (2001). Las teorías clásicas de la comunicación: balance de sus aportes y limitaciones a la luz del siglo XXI. Opción, año 17, nº 36(2001) pp. 11-29. Recuperado el 6 de marzo de 2017 desde http://bit.ly/2mlRTPj
Rivas, C. (2013). Los medios de comunicación en España. Colección Informes, nº 73. Fundación 1 de Mayo, Madrid. Recuperado el 17 de febrero de 2017 desde http://bit.ly/2lEXDkQ
Sánchez, J.L. (1995). Industrias de la conciencia y cultura de la satisfacción. HOAC, Madrid.
Sánchez, Adolfo (2013). La Thatcher y el odio al sindicato. Diario La Jornada, 11 de abril de 2013. Recuperado el 4 de marzo de 2017 desde http://bit.ly/2n2tiOx
Sari, D.; Kucera, D. (2011). Measuring progress towards the application of freedom of association and collective bargaining rights: A tabular presentation of the findings of the ILO supervisory system. Organización Internacional del Trabajo. Recuperado el 7 de marzo de 2017 desde http://bit.ly/1s9tZWR
Störing, H.J. (1997). Historia universal de la Filosofía. Tecnos, Madrid.
[1] https://www.theguardian.com/uk-news/2013/aug/01/margaret-thatcher-trade-union-reform-national-archives "We had to fight the enemy without in the Falklands. We always have to be aware of the enemy within, which is much more difficult to fight and more dangerous to liberty," Margaret Thatcher speech to the backbench 1922 committee, July 1984.
[2] Reveladora resulta la cita de Bernard C. Cohen: “Los medios pueden no acertar al decirnos cómo pensar sobre un determinado tema, pero sí cuando nos dicen sobre qué pensar”.
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