A lo largo del curso hemos ido viendo las raíces colonialistas, patriarcales y extractivistas del
capitalismo, y cuáles son algunas de las respuestas que, desde los movimientos sociales, se han
ido planteando para hacerle frente. Algunas propuestas planteadas me parecen muy
sugerentes: centrar las luchas en el marco reproductivo (los cuidados, la vivienda, la
alimentación, la energía...); apostar por un ecofeminismo descolonial a través, por ejemplo, del
sindicalismo social o el ecologismo de clase; generar alianzas inclusivas que minimicen la
guetización y vinculen procesos de lucha; “seguir el dinero, no un tema” a la hora de
evidenciar las estrategias del capital; generar procesos de desmercantilización progresiva de
esferas de lo común que articulen redes y consoliden narrativas alternativas al capitalismo que
lleguen, a su vez, a desmantelarlo a largo plazo (ejemplos de prácticas: comunidades
energéticas, economía social y solidaria, cooperativas de vivienda...).
Asimismo, me pareció que se compartía la sensación de una cierta desazón o desesperanza
respecto al presente y a los futuros posibles. Personalmente, me abruma la enorme
complejidad a través de la cual los procesos de capitalización de la vida cotidiana (por decirlo
de alguna manera) se llevan a cabo. También tengo la sensación de que la pandemia ha
generado una cierta tendencia al retraimiento e incluso invisibilización de los espacios
compartidos y de las estrategias posibles más allá de nuestros territorios. Si bien creo que las
luchas locales son del todo necesarias para obtener resultados concretos, defender la vida y
tejer nuevas narrativas de lo posible, y me pregunto cómo podríamos actuar a escalas más
globales.
Y creo que para encontrar estos espacios comunes a través de los cuales aglutinar y
desmercantilizar conviene poner la lupa en los dispositivos de poder del capital, es decir en las
herramientas de las que se sirve el capitalismo para reproducirse, capturar, orientar, modelar
o controlar las acciones a través de las cuales se re-produce, y reconocer por tanto
herramientas para ejercer un contrapeso (contrapoder) eficaz. En este sentido, se me ocurren
cuatro dispositivos de poder clarísimos por parte del capital (y susceptibles de actuación como
contrapoder).
El dispositivo más evidente es quizás la narrativa. El neoliberalismo ha sido interesadamente
asociado a conceptos como democracia, desarrollo económico-fin de la pobreza,
modernización-progreso, foco en la producción e invisibilización de lo reproductivo,
masculino-blanco-norte global, propiedad privada como valor incuestionable y beneficio
económico por encima de todo... es el enclave discursivo productor de desigualdad,
explotación y expropiación.
Sin embargo, veo este primer dispositivo como el más erosionado de los que voy a plantear. El
discurso de las guerras para salvaguardar democracias o el desarrollo económico infinito está
enormemente erosionado en la percepción ciudadana. Las evidencias científicas, la percepción
de restricción cada vez mayor (política y económica) y la influencia de los movimientos sociales
(feministas, anticolonialistas, ecologistas...) han sido cruciales para esta creciente puesta en
evidencia.
El autoritarismo en auge es una consecuencia de este resquebrajamiento / erosión discursiva
neoliberal (con consecuencias evidentemente materiales); es el neoliberalismo sin florituras.
En este sentido, creo sinceramente que esta batalla la estamos ganando. Decían en el curso
“el capitalismo no resuelve sus contradicciones, las desplaza (temporal y físicamente)”.
Creo que esas contradicciones son para la ciudadanía de todo el mundo cada vez más evidentes,
y lo serán mucho más en un futuro próximo.
Pero la narrativa no es, creo, el único dispositivo a través del cual avanzan las depredadoras
prácticas neoliberales. Existen otros que hacen una enorme mella y materializan el avance,
como el extractivismo (régimen de propiedad privada) de recursos naturales, especialmente
de recursos fósiles.
En este marco existen una innumerable cantidad de luchas en los territorios, como lo
demuestra el fenómeno Blockadia contra la extracción de combustibles fósiles. El problema es
que, como se comentaba en el curso, todavía quedan nuevos territorios por destruir y formas
más extremas y nocivas para obtener energía (fracturación hidráulica, perforación en aguas
profundas, licuefacción del carbón…).
En este sentido, las luchas locales me parecen muy necesarias para ganas batallas (¡todas las
vidas cuentan!) pero, realizadas en un marco fragmentado, el capital encuentra con relativa
facilidad otros espacios menos organizados y más vulnerables dónde ubicarse. Por lo que estas
batallas, que necesitan claramente de la territorialidad para activarse, pueden desplazar los
procesos de destrucción, pero no eliminarlos o incluso aminorarlos.
Un tercer dispositivo de poder que creo que permite capturar y producir prácticas
depredadoras es la ley entendida como herramienta de blanqueamiento del capitalismo. En
este sentido, me ha interesado mucho la recomendación del libro “El código del capital” de
Katharina Pistor, y para mí también ha sido revelador el libro de Saskia Sasen sobre “Territorio,
autoridad y derechos”. Creo que, sobre todo en la época neoliberal de los últimos 40 años, el
capital se ha servido en gran medida de la ley para avanzar en la acumulación por desposesión.
Se ve claramente en la desregulación del control de capitales o en la influencia cada vez mayor
del fenómeno conocido como el lawfare, el traspaso de la política a la corte de justicia
(ultraconservadora) por desgracia tan a la orden del día en América Latina.
Lo veo también a pequeña escala: en la administración pública se restringe cada día más la
acción local a través de farragosos procedimientos administrativos en pro de una supuesta
transparencia e igualdad en la competencia, que en realidad provocan un acceso cada vez
mayor a contratos públicos por parte de grandes corporaciones y una deficiencia cada vez más
acentuada de los servicios públicos.
En este sentido, se me ocurre pensar qué pasa con las luchas sociales y medioambientales a
escala planetaria si utilizamos este dispositivo como herramienta de contrapeso. ¿Tendría
sentido definir la destrucción del medioambiente como crimen de lesa humanidad? ¿Se
podrían aglutinar esfuerzos y movimientos para poner coto al capitalismo financiero (reventa
de deuda de los países a fondos buitres, prohibición de paraísos fiscales en cualquier país del
mundo, erradicación de la lógica de las commodities, ilegalización de los tribunales
internacionales “independientes” especializados en litigios de fondos buitres…)?
Y es que creo que algunas acciones (como éstas) requieren de una implantación mundial para
ser efectivas, y actuar por un cambio en la ley internacional puede ser, creo, un camino
relevante a explorar. La ley necesita de una base social muy potente para ser cambiada (ante
la ofensiva capitalista), y el capital se maneja muy cómodamente a nivel internacional
(justamente, creo, por la complejidad que supone articular un movimiento con base social a
esa escala y por su más difusa visibilización como sujeto político). Es desde allí que actúa y se
introduce a escalas nacionales e incluso subnacionales.
¿Nos resulta este marco demasiado complejo y alejado de nuestras realidades?
¿No sería enormemente efectivo si llegáramos a articular un movimiento contundente
en pro de leyes internacionales concretas y vinculantes?
Por último, me gustaría situar las prácticas del capital financiero desregulado como el cuarto
dispositivo de poder. Mucho me temo que este aspecto va más allá de la ley y que es también
utilizado actualmente como un dispositivo clarísimo de poder. Capaces de desposeer de la
riqueza de un país en pocos días o generar períodos de hiperinflación, los capitales
desregulados son palanca del extractivismo y un enorme productor de pobreza y, como tal,
capaz de influir en política de manera relevante.
Este aspecto está totalmente conectado con la ley (la necesaria regulación), y es por ello que
vuelvo al punto anterior: ¿no deberíamos centrar una parte importante de las luchas en el
cambio/producción de leyes a nivel internacional y en su efectiva ejecución?
En todo caso, tengo tan clara la complejidad del marco planteado como la necesidad de actuar
a escala global. Quizás solo con esta idea final podríamos seguir pensando en las formas más
apropiadas para escalar movimientos para la desmercantilización de la vida.