Manos invisibles (relato sobre trata, trabajo y capital)

Por Mónica Ávila

Relato de una mujer mercantilizada, retrato de una sociedad enferma de consumo y de individualismo, y de un Estado que sirve al ecofascismo preventivo con sus fronteras, en donde los derechos humanos son una falacia. Y de cómo las estructuras capitalistas abocan de manera inevitable a los individuos considerados no productivos a servir como elementos reproductivos del propio sistema.


Me llamo Chantal y vengo de Camerún. Tengo dieciocho años, y vine a España hace unos meses. Me preguntas, con ese brillo en los ojos, que si me gusta España. Te digo que sí, que más o menos. Tuerces el gesto y me preguntas que por qué más o menos. Te digo que me siento sola y que es muy difícil. Te lo digo sin levantar la mirada, ésa es la forma que tenemos en mi país de mostrar respeto hacia la gente mayor. Me dices que no estoy sola, que todas estáis conmigo, y asiento, asiento, hasta que callas, sonríes y me dices que si quiero ver a alguien más. Entiendo la indirecta, estás trabajando y quieres que me vaya. Llevas ocho horas atendiendo a personas como yo, redactando escritos y peleándote por teléfono. Tienes ojeras.

Cierro la puerta tras de mi, y me pongo los cascos. Al menos alguien habla en mi cabeza. En el camino nadie levanta la vista para mirarme. En el metro algunos me miran con curiosidad. Y al girar la esquina en mi estación, me encuentro con ese hombre horrible que me grita “negra” cada vez que me ve. Y lo hace, una vez más.

Llego a casa. No hay nadie. Me meto en la habitación y sigo escuchando música.¿Qué hago aquí?

Salí de Camerún porque el pastor de mi congregación me dijo que conocía a alguien que podía darme trabajo en España. En mi casa éramos nueve hermanos, y desde que murió mi padre, mi madre nos cuida a todos. Trabajábamos en lo que podíamos. Yo me despertaba a las tres de la mañana para ir al campo a recoger fruta, y la llevaba por la mañana al mercado para venderlas, pero no era suficiente para los nueve. Los niños comen mucho y no podían ayudarnos a los mayores.

En mi casa siempre había risas, bromas, lloros de niños, y hablábamos. Hablábamos todo el tiempo entre nosotros y con los vecinos. Tenía una mejor amiga, vendíamos fruta juntas.

Cuando el pastor me dijo que podía venir a España, no supe qué decirle. No sabía nada de España. Pero me enseñó fotos de ciudades enormes llenas de gente vestida de traje, me enseñó casas lujosas con piscina, y me dijo que allí todo el mundo tenía mucho dinero y podían comprar muchas cosas.

Fui con mi mejor amiga a ver al pastor, y el pastor le enseñó las fotos, y le contó cómo otra chica se había ido hacía cinco años y que ahora estaba casada con un español, tenían hijos y vivían en una casa muy grande con ordenador y con televisión. Mi amiga dijo que no podía hacerle eso a su familia, pero el pastor le dijo que cuando ganáramos dinero, le podríamos mandar a sus padres y hermanos para que vivieran mejor, y ella asintió entusiasmada.

El pastor dijo que preguntaría si podíamos ir las dos, y yo le supliqué que nos dejara ir a las dos, así sería mejor el viaje.

Mi madre estaba muy feliz de pensar que podría tener una vida mejor en España, y que podría ayudarles desde allí mejor que desde mi país.

Nos recogieron en un autobús a las dos juntas, pero en la siguiente parada nos separaron en dos vehículos diferentes. No queríamos separarnos y lloramos, pero uno de los señores que nos llevaba nos dijo que no nos preocupáramos, que nos veríamos en la siguiente ciudad.

Cuando llegamos a la siguiente ciudad, le pregunté al conductor de mi coche por ella, pero me dijo que no sabía de lo que estaba hablando.

Había más chicas en el coche conmigo, pero no hablábamos, por vergüenza. Pasamos dos días así, cuatro chicas sentadas en la parte de atrás del coche, tapadas con mantas por las noches y comiendo lo poco que nos iban dando los de delante. Y yo pensando cuándo vería a mi mejor amiga de nuevo.

Al tercer día de viaje paramos a cenar y el conductor del coche y su copiloto nos llevaron a un bar. Había una televisión y empezaron a beber. La gente del bar brindaba con ellos, y nos miraban de reojo. Éramos las únicas chicas del bar. Nos dieron algo de comer y nos dieron vino para beber. Yo nunca había bebido vino, y me mareé, pero tenía mucha sed y no había bebido agua en todo el día.

Se han borrado muchas cosas de esa noche. Recuerdo que el copiloto vino a hablar conmigo y me dijo que le debía dinero, me dijo que mi madre no había podido pagar mi viaje y que tendría que pagar el coste, o si no se lo haría pagar a alguna de mis hermanas menores. No entendí a qué se refería hasta que me señaló a un cliente del bar que nos miraba todo el rato, y me dijo que él tenía dinero, que podía ir empezando por él.

Al día siguiente sólo sentía horror, miedo y vergüenza. Quise volver a mi casa, le dije al conductor que no me sentía bien, que quería volver, que estaba arrepentida, pero me dijo que si me devolvían a casa tendría que pagar seis días de comida y de gasolina, y que le dirían a mi madre cómo había conseguido pagar esa última cena, y que tendría que ver cómo mi hermana pequeña pagaba mi deuda.

¿Estoy soñando? Aquí estás de nuevo. ¿Quieres que cuente más? Créeme, es mejor que no lo sepas. Tan sólo te diré que fue una tortura constante. Me dices que cuanto más detalle, más podremos convencer a las autoridades de que me concedan el asilo, pero no entiendes, no entiendes que prefiero morir a recordarlo, a contarlo, a decírselo a alguien. Que no me den el asilo, ya no me importa.

Dicen que en Europa se respetan los derechos humanos, pero no sé qué derechos son si cuando llegué deshidratada y sin haber comido en días, después de todo lo que me había pasado, aquellos funcionarios me dijeron que en España no había sitio para gente como yo, que sólo venía a buscar una vida mejor. Me dijeron que no había trabajo para todos y que volviera a mi país.

Una cosa rara ésa… ¿Recuerdas el día que te conocí? Me preguntaste qué quería ser. No entendí la pregunta. Te dije que quería ser libre en España. Tú te reíste y me dijiste que te referías a la profesión. No supe contestarte. “Me da igual” creo que te dije. Entonces no entendía lo importante que es la profesión en Europa. Aquí no crece la fruta en el campo, ni puedo dormir en el suelo en vuestra casa. Me he dado cuenta, así no funcionan las cosas aquí. No eres nadie sin trabajo.

Por ejemplo mi compañera de piso, también africana, que tiene un bebé. Ahora que la ONG le paga la guardería puede hacer un curso, pero cuando tenga que salir del piso no sabe qué hará, porque tendría que cobrar suficiente para poder pagar una guardería y un alquiler, y dice que es imposible sin formación, y más siendo inmigrante. Me dice “A los europeos les gusta nuestra fruta, pero no nuestra gente. Les gusta pasar vacaciones en África, pero no que los africanos trabajemos aquí.”  Un señor le ha dicho que se puede casar con ella para cuidar de la niña y que ella pueda trabajar, pero no se fía, dice que las cosas no son así, que cuando se case con él, ella tendrá que cuidar a la niña, cuidarle a él, no podrá trabajar y dependerá de él por completo. “Así es el hombre”, me dice.

Es difícil hacer amigos españoles. En el curso al que voy, se ríen de que siempre llevo la misma ropa, no tengo mucho en común con ellos y me cuesta el idioma, así que pensé en comprar más ropa y comprar un móvil nuevo, porque si al menos tuviera una cuenta de instagram podría colgar fotos mías y tener amigos, y le enseñaría a mi madre que estoy bien aquí. Pero mi madre tiene muchos gastos y me pide que le mande 40 euros todos los meses, que es lo que me paga la ONG de gastos de bolsillo.

Llevo así tiempo. Me decías que ya encontraría un trabajo, pero han pasado 6 meses, no encuentro nada, y la semana que viene se me acaba el subsidio de la ONG. Ya no tendré con qué pagarme la comida ni el alquiler. Y estaré aún más sola.

Él no quiere que te lo cuente, pero te lo contaré: el amigo que hice en el camino no para de llamarme para ofrecerme que trabaje con él de manera temporal hasta que encuentre algo. Y cuando le he hablado de mi mejor amiga me ha dicho que seguramente tenga contactos que me puedan llevar a ella.

¿Entiendes lo que es eso? Las dos juntas podríamos con todo. Como antes. Pero me dice otra cosa… “Todo eso tiene un coste” me dice.

Menos mal que las mujeres tenemos nuestro cuerpo, me dice.

Y tú, ¿qué me dices?

Otra noche en blanco.

***

Pedro sale de trabajar agotado después de 8 horas de trabajo de oficina. Últimamente está tan cansado que cuando llega a casa sólo quiere cenar y un poco de cariño para olvidarse del trabajo, pero hace tiempo que su mujer ya no quiere tener relaciones con él porque está cansada de su trabajo en la ONG, de cuidar a los niños y hacer la cena, o eso dice.

Un compañero suyo le ha hablado de un sitio… él no es de esos, pero… necesita un poco de cariño o no va a poder sobrellevar más su día a día, es vida o muerte. Su compañero le ha dicho que son africanas todas, y que cuesta sólo 30 euros. Menos mal: si no, con su salario de 1200 euros, una mujer con salario ínfimo y dos hijos, no podría pagarlo. “Oferta y demanda, Pedro. Mucha oferta, precios bajos” le dijo su compañero. Se ríe por dentro. ¡Viva la mano invisible!

[IMAGEN obtenida de: https://www.theclinic.cl/2013/11/15/via-bbc-mundo-mexico-y-el-infierno-d...

Categoría: 

imagen: