Por Cristopher Morales Bonilla |
I
El Capitaloceno es la época en la que el modo de producción capitalista parece haber llegado a un momento de determinación absoluta de las sociedades. Su capacidad para influir y provocar todos los procesos de desarrollo es casi absoluto. Esta capacidad ha llegado a la destrucción cada vez más alarmante de la propia naturaleza, del lugar en el que el capitalismo había visto como su particular fuente de materias primas. La crisis ecológica, el cambio climático, la crisis de producción de energía son solo algunos de estos síntomas. Todos ellos ya no solo constituyen un ámbito de explotación del ser humano (ámbito en el quedaba reducida la primera crítica de la economía política de Marx), sino que apuntan directamente a la posibilidad de la extinción de la propia vida humana. Pronto no quedará ni siquiera las relaciones de explotación, sino la cruda lucha por la existencia natural del ser humano.
II
Como todas las crisis que produce el capital, esta tampoco encuentra dentro de sí ningún tipo de reconocimiento general. El propio concepto de Capitaloceno se entiende como un término crítico del propio capital. Sin duda, esto no deja de ser cierto, pero acarrea consigo un peligro y, a la vez, una constatación: en primer lugar, el peligro consiste en que hay muchas capas de la población que no solo niegan la existencia de esta crisis sino que luchan de forma decidida por demostrar su falsedad. Si ya la antigua dinámica de la explotación del trabajo era potencialmente universal, en el sentido de que cualquier individuo se veía inmerso en algún tipo de relación de trabajo para poder garantizar su subsistencia, hoy la dinámica de la crisis del Capitaloceno tiene que ver directamente con algo mucho más universal como es la propia vida biológica; sin embargo, el peligro de esta vida biológica queda absolutamente negado.
III
La constatación es que en el proceso de desarrollo de esta crisis queda derrotado todo elemento universalista de la crítica. Si ya la crítica que consistía en denunciar la explotación capitalista tenía un carácter universal en el sentido de que podía aplicarse a un ámbito en el que cualquiera podría verse reconocido, la crisis del Capitaloceno tiene que ver directamente con la posibilidad de la vida en el planeta, con su carácter esencial de vida biológica. Sin embargo, este peligro no obtiene un reconocimiento universal, sino más bien lo contrario. En la propia reacción a la crisis se muestra la imposibilidad del universalismo: cualquier crítica, independientemente de la cantidad de datos empíricos que la sostengan, e independientemente del carácter supuestamente neutral que hoy podría tener la investigación científica, nunca podrá obtener un reconocimiento universal. Hoy en día, cualquier afirmación, ya venga de la ciencia, de la filosofía, de la estadística, o de la mejor y más documentada de las predicciones caerá siempre en una lectura ideológica. Ni siquiera la posibilidad absoluta de una catástrofe directamente experimentable, como la que podría constituir el impacto de un meteorito que acabase con la vida en el planeta, parece que pueda encontrar un reconocimiento absolutamente universal.
IV
La primera consecuencia de la imposibilidad del universalismo es que la pedagogía parece un camino lleno de dificultades que muchas veces puede caer en saco roto. Igual que parece ocurrir con muchos otros tipos de discursos, las afirmaciones que se derivan de todos los estudios que se dedican al cambio climático o a la crisis de la producción de energía, o a cualquiera de los muchos efectos de la crisis del Capitaloceno, solo llegan a aquellos/as que ya creen en ellas de antemano. Sin duda, se trata de un mal de nuestra época: la posibilidad de que el discurso que cada individuo se forma a lo largo de su vida pueda cambiar, ya no solo de forma radical, sino incluso de forma superficial, es casi nulo. El sesgo de confirmación, incluso en aquellos discursos que pretenden tener algún tipo de validez, está más presente que nunca.
V
Por eso, no tiene sentido que la lucha por frenar, si es que algo sí es posible, los efectos de la crisis del Capitaloceno se centren en crear una conciencia en las capas de la población que tienen una responsabilidad directa en los procesos de destrucción de la vida. Gobiernos, organismos internacionales, megaempresas, multibillonarios, etc. se mueven no solo en una esfera diferente, sino que este tipo de discursos no se encuentran en su agenda. La razón es muy simple: la crisis del Capitaloceno solo se puede arreglar a través de procesos que, de alguna forma u otra, eliminen algunos, o todos, de los beneficios que se obtienen en esa esfera. Acciones como las de echar pintura a obras de arte puede tener un efecto propagandístico interesante, en el sentido de que son acciones “espectaculares” porque se integran en la esfera de producción de imágenes. Sin embargo, no son la respuesta directa a la crisis del Capitaloceno.
VI
Y es aquí donde nos encontramos con un problema: lo que es posible no termina de constituir una alternativa eficaz y creíble a la crisis del Capitaloceno; lo que es transformador no parece posible. Las manifestaciones, las sentadas y todas las formas de resistencia colectiva e individual apuntan a la cuestión de la creación de conciencia: pretenden llamar la atención de la esfera donde se toman las últimas decisiones para que estas reflexionen y cambien sus políticas, sus acciones, y empiecen a trabajar para retrasar, en la medida de lo posible, los efectos universalmente devastadores de la crisis del Capitaloceno. Sin embargo, en ningún momento se plantea la pregunta de una forma directa: ¿qué podemos hacer directamente para luchar contra los efectos del Capitaloceno, independientemente de lo que podamos esperar de la esfera del poder?
VII
Tal vez la respuesta a esta pregunta sea pesimista: tal vez no disponemos ni de la organización, ni de la influencia, ni de los conocimientos técnicos para poder responder a esta demanda, a esta exigencia. Tal vez, la respuesta tenga que ver con un conocimiento técnico muy complejo, del cual solo disponen organismos de investigación y desarrollo que no están a la mano de la población en general. Tal vez la respuesta pase por la creación de tecnologías verdaderamente limpias, de modelos de organización altamente tecnificados que puedan superar los problemas tecnológicos a los que nos enfrentamos. Tal vez, incluso, la respuesta también pase por superar el modelo de crítica y de acción que se maneja dentro del movimiento que lucha contra los efectos del Capitaloceno, desechando fórmulas del pasado que, en este nuevo contexto, tal vez ya no tengan sentido.
VIII
Tal vez sea hora de poner en entredicho aquellos conceptos que surgieron de la crítica de la economía política y que sirvieron para pensar su “después”. En este sentido, hay dos ejes que han vertebrado la mayoría de iniciativas revolucionarias en los últimos dos siglos. Por un lado, la cuestión del Estado. En el caso español, y especialmente desde el surgimiento de Podemos, se ha venido produciendo una fetichización del Estado. A través del concepto de lo público se ha venido desarrollando la idea de que cualquier problema social se tiene que resolver dentro de la lógica del Estado, esto es, dentro de la democracia representativa y dentro de las instituciones asociadas a ella. Sin duda, esta verdad ideológica intenta reforzar el papel de ese mismo partido político dentro de esa lógica, es decir, que muchas veces se trata más de marketing político que de la constatación de que dentro de la lógica del Estado se pueden resolver los conflictos sociales.
IX
No se trata de negar completamente la posibilidad que tienen las instituciones de la democracia representativa de poder contribuir a disminuir los efectos de la crisis del Capitaloceno. Sin duda, es dentro de la esfera de ese poder donde se pueden llegar a movilizar las fuerzas más grandes y poderosas, donde se pueden tomar las decisiones más importantes. El pequeño problema es que el Estado parece moverse por otras lógicas que tienen que ver más con la permanencia del poder (el hacer siempre en relación a unas próximas elecciones) o con la conservación de sí mismo. Y en esta lógica han caído, y están, todos los partidos de izquierda, incluso los que parecen estar más concienciados con la crisis del Capitaloceno. En el Estado no se puede desarrollar una conciencia de la urgencia de esta crisis porque su cometido es otro muy diferente.
X
El otro ámbito es del capital. Aquí no se trata de descubrir que el capitalismo es un sistema diferente al que describió Marx en su crítica de la economía política. El problema es que, lo queramos o no, nuestra vida poco tiene que ver con la de un trabajador fabril inglés de la segunda mitad del siglo XIX. La transformación es tan radical que la propia crisis del Capitaloceno es ya un síntoma de ello: ya no se trata de poner la atención en cómo organizar una producción diferente, sino en organizar una forma de vida diferente. Ya a casi nadie se le escapa que incluso la supuesta antítesis del capitalismo, el socialismo, no sería sino otra forma de organización social que contribuiría, de igual o mayor forma, a la destrucción de la vida en el planeta.