La patologización de la feminidad

Por Maria Bilbao Maté

La patologización de la feminidad

La psicología y en concreto el psicoanálisis, marco desde el cual formularé mi escrito, se erigen como instituciones de lo simbólico que influyen en la construcción del sistema sexo-género, por tanto sobre la subjetividad femenina. Esta subjetividad ha sido sometida a una mirada androcéntrica desde dichas estructuras, androcéntrica y normativizante, es decir se han ido emitiendo prescripciones sobre lo que significa ser mujer y cómo se deber serlo.

Posiblemente la histeria sea la primera definición patológica de las mujeres. Es definidia como enfermedad provocada por el útero, estudiada en el Antiguo Egipto y definida por Hipócrates como la enfermedad de los desplazamientos de útero. En concreto Platón atribuye este desplazamiento a la abstinencia sexual y falta de hijos. La cura por supuesto es tomar matrimonio. Posteriormente en la Edad Media la histeria, en su versión de liberación sexual, se asoció con la brujería y la posesión demoniaca pero también tuvo una vertiente mística asociada a los fenomenos de la santidad.

Ya en el SXIX Charcot estudia más a fondo la histeria masculina y fundamentalmente la femenina en sus Lecciones de los martes en el Hospital de La Salpêtrière. A pesar de que histeria y sexualidad siempre han estado realacionadas, no es hasta los Estudios de Freud, quien siguió las investigaciones de Charcot, cuando se hace explicita esta relación. El caso Anna O. (Bertha Pappenheim) constituye el mito fundador del psicoanálisis, un caso de histeria con etiología sexual. Sin embargo, según investigaciones de Henry F. Ellenberg, Anna O no fue “curada” de su patología histérica mediante la cura catártica, sino que fue su activismo y trabajo social feminista el que contribuyó a su mejora. “Las histéricas” freudianas representan el símbolo del malestar de las mujeres frente a una moral sexual tradicional opresora. Inicialmente los síntomas histéricos fueron atribuidos a un abuso sexual que las pacientes sepultaban en su memoria, posteriormente Freud lo negó en una carta a Fliess en el año 1897 bajo la conocida frase “mis histéricas me han mentido”. Para Freud no era posible que tal cantidad de mujeres hubieran sufrido abusos, hoy sabemos que si, que esas y muchas más, que un 20 % de la población -la mayoría mujeres- sufren abusos sexuales, siendo éstas las estadisticas conocidas y denunciadas y sabiendo que la gran mayoría de los abusos sexuales permanecen ocultos. Por tanto el psicoanálisis, la psicología y la medicina cierran un capítulo durante años por razones estrictamente ideológicas: el estudio del trauma sexual. En cambio, como afirma Alicia Puleo, estas instituciones ocupan el lugar de la religión en el control de la sexualidad femenina, sustituyendo pecado por patología en el control del deseo y la actividad sexual de las mujeres.

Otro de los temas importantes dentro del psicoanálisis es la construcción de la feminidad. Tanto el feminismo como el psicoanálisis han tomado la diferencia sexual como temas centrales de su pensamiento. El complejo de Edipo es un tópico central del psicoanálisis e inaugura la cuestión de la diferencia sexual. El complejo de Edipo fue conceptualizado desde una perspectiva androcéntrica y heteronormativa: se define cómo hace el niño para dar cuenta de la diferencia y construir su masculinidad, pero ésto no es aplicable a la niña de forma simétrica, ni existe un tal complejo de Elektra, por lo que Freud debe hallar la explicación de la construcción de la feminidad. Y lo hace de la siguiente manera: la niña constata la diferencia sexual, la ausencia de pene en su caso y deviene el complejo de castración. Culpa a la madre por haberla hecho sin pene y comprende que debe inhibir su masculinidad para ser objeto de deseo del padre -en este momento se identifica con la madre para ser como ella- quien le devolverá su pene, y por tanto valía, en forma de hijo. Es decir la mujer bien desarrollada ha inhibido aspectos masculinos de su personalidad (masturbación clitoriana, ambición, temperamento, agresividad, etc), ha entablado una rivalidad con otra mujer y se ha convertido en un objeto pasivo de deseo. Para las mujeres que no están dispuestas a suscribir dichas recomendaciones se ofrecen varias alternativas: se convierte en neurótica, en masculina, en homosexual (planteada ésta como consecuencia patológica de la inadaptación, no como opción real y saludable). Para Freud esta teoría se enmarca dentro de lo que llama “ese estado de cosas”, es decir, reconoce el contexto sociohistorico en el que se formula siendo este un concepto más descriptivo que normativo. Sin embargo el posterior desarrollo del psicoanálisis, la psicología y la medicina ha tomado una orientación totalmente prescriptiva. Aunque es cierto que seguir el camino correcto tampoco es garantía de mayor sanidad mental ni de un lugar deseable en el orden social ya que las cualidades femeninas son descritas entonces como débiles, pusilánimes, con un déficit en el sentido de la justicia.

En el video del curso de Margot Pujal ésta presenta las diferentes patologias mentales diferenciales más comunes entre hombres y mujeres. Las patologías, o mejor dicho malestares más comunes entre las mujeres están asociados directamente con el cumplimiento de los mandatos de género: depresión, sindrome de la cuidadora, ansiedad, dependencia, fibromialgia, TCA o bien por transgresión de género: TLP, Síntomas histriónico, etc.

Todos estos, y muchos otros, pueden ser considerados síntomas sociales, son síntomas de la expresión de un malestar dentro de un orden social determinado, igual que fue la histeria en su momento. Algunas autoras como Mabel Burín entre otras, han investigado sobre la medicalización excesiva del malestar de las mujeres. Cómo los mandatos sociales sobre el género convierten a las mujeres en seres más vulnerables dentro de la sociedad neoliberal en la que vivimos. El ser para el otro, el ser en relación como rasgos que se asocian con la feminidad llevan implícitos el cuidado y los afectos en mayor medida que la masculinidad, que estaría relacionada con valores más competitivos dentro de una sociedad que los varones han construido a medida. Esta prescripción de los mandatos de género que fragiliza la psique femenina se da por las estructuras de lo simbólico al mismo tiempo que receta psicofármacos para que las mujeres afronten de manera aislada, pasiva e individual su malestar y asuman su subordinación consecuencia de esos mandatod de género, cerrando el círculo. El feminismo de la diferencia ante esta situación defiende la puesta en valor de esos rasgos supuestamente femeninos, de forma tal vez un tanto esencializadora, otras autoras como la psicoanalista Silvia Tubert cuestionan si revalorizar esas posiciones femeninas no estarían legitimando el orden social. La solución a lo mejor utópica tal vez pase por el cuestionamiento del orden simbólico y de los géneros mas que la alternancia de los mismos.

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