Intervención psicosocial con personas migrantes en situacion de exclusión social. Un crucigrama de 12 palabras.

Por Iñaki García Maza

Utilizo la metáfora del crucigrama para expresar el encaje conceptual de las diferentes palabras con las que planteo organizar este texto: lejos de pretender transmitir un hilo causal de factores, todas ellas encajan para representar una serie de ideas que, entrelazadas, nos den un mapa general con diferentes entradas de lectura.

DESBORDAMIENTO.

A modo de consideraciones previas, es necesario enmarcar esta reflexión dentro de la práctica desarrollada desde Erain en estos casi diez años de andadura.

Erain S.Coop nace a partir del encuentro entre diferentes profesionales de la salud mental que veníamos desarrollando nuestra labor en diversos contextos de intervención social, con la mirada puesta en dar respuesta a la creciente necesidad de atención especializada que precisaban no pocos perfiles de personas en situación de vulnerabilidad social.

A partir de la práctica fuimos descubriendo las tensiones inherentes que el marco clínico habitual nos suponía frente al abordaje individual de personas afectadas por problemáticas sociales: comenzamos a percatarnos de que si nuestra intervención se ceñía solamente al marco clínico, corríamos el riesgo de transformar problemas sistémicos en individuales

Es por ello que nos colocamos frente a una experiencia de desbordamiento del marco en que veníamos desarrollando nuestro trabajo.

Y empezamos a abocetar nuevos modos de hacer, desde lo que intuíamos necesitaba ser un nuevo paradigma que superase la mirada biomédica individualista.

En este sentido, el paradigma relacional, desde las aportaciones de la teoría del self dentro del terreno de la Terapia Gestalt, se nos antojaba con un suelo teórico que nos permitía centrar el foco del trabajo terapeútico sobre el ajuste entre la persona y su entorno social, entendiendo el self como una función del campo, no tanto como una estructura, “deslocalizando” ésta de una supuesta interioridad individualista “aislada” de su entorno.

Por otro lado, la complejidad de los casos que comenzamos a atender desde nuestro dispositivo nos conectaba con la idea del desbordamiento, debido a que éstos precisaban de una intervención multiagente y de una política interinstitucional que les diera una adecuada cobertura, por lo que el marco habitual de intervención desde la “apropiación” del caso por un solo agente se nos revelaba como insuficiente, demandando así la intervención de otras figuras, sea desde equipos multiprofesionales o desde redes externas de trabajo.

Este desbordarse además nos empujó a generar proyectos donde el espacio físico de trabajo también fuera trascendido, de modo que además del espacio de consulta pudiéramos salir hacia la prisión, pisos de acogida, centros formativos… y hasta la calle.

PSICOSOCIAL.

A esta constatación la nombramos como “intervención psicosocial” Un concepto bajo el que poder guarecer un continuo de trabajo que abarcara desde el trabajo comunitario, en el polo más amplio, pasando por las actividades de formación y de supervisión, que se situarían en un término medio, para llegar a la psicoterapia individual, al final del espectro, como posición de trabajo más centrada en la persona.

Entendíamos que con el esquema que dibujamos…

…. podríamos aprehender mejor el desarrollo que veníamos haciendo realidad en el tiempo, y que nos permitía desarrollar una conceptualización donde lo social tuviera una presencia que poder encarnar en el trabajo cotidiano.

INTER-VENCIÓN.

Por otro lado, y dentro del nuevo marco que diseñábamos nos parecía que desde una perspectiva centrada en el ajuste psicosocial, eran necesarios otros principios rectores que trascendieran e integraran las categorías diagnósticas habituales.

En nuestras prácticas ha ido cogiendo fuerza la idea de diagnóstico fenomenológico que subraya la Terapia Gestalt.

Este proceso diagnóstico no sólo se interesa por la valoración de los síntomas, el curso de la enfermedad, las características biológicas y los factores genéticos, sino por la impresión holística que el terapeuta obtiene de un paciente y su situación, considerando todos los aspectos del contexto, desde la asunción de que ambas personas, paciente y terapeuta, son parte del mismo campo relacional.

De este modo, ambas personas, desde una relación horizontal y complementaria, exploran juntas el modo de ser y relacionarse con el mundo del paciente

Es, por tanto, un proceso abierto que va enriqueciéndose a medida que avanza el tiempo y aumenta el nivel de consciencia entre ambas figuras.

Este contexto terapeútico, si aumentamos el foco de análisis y lo ampliamos al contexto social , el abordaje de problemáticas sociales nos pide situar el sufrimiento dentro del siguiente esquema:

 

En éste, podemos localizar en qué momento se encuentra la persona en relación a un doble eje: el del poder/opresión, y el de inclusión/exclusión, o de otro modo, en que situación se encuentra la persona dentro de la tensión entre clase y estatus social.

Según la conceptualización de Nancy Fraser [1] podemos establecer además un triple eje diagnóstico que complemente nuestro abordaje, tomando en cuenta tres objetivos diferentes que, según esta autora, encuadran las luchas de los movimientos sociales en la historia, a saber: la redistribución de los recursos, el reconocimiento de las diferencias y los derechos y la emancipación con respecto a las estructuras de opresión (de género, raza…).

Estas tres grandes aspiraciones sociales señalan las dimensiones económica, cultural y política respectivamente, y nos permiten encuadrar en qué modo está viviendo la persona con la que estamos trabajando, de forma que podamos enriquecer el proceso terapeútico que conjuntamente vamos construyendo.

SUFRIMIENTOS.

El hecho de vivir en este contexto social generado por el capitalismo tardío, nos genera diversos malestares que podemos describir en términos de sufrimiento, según la acepción de Marcos y de Rosane Lorena Müller-Granzotto, como sufrimiento político, antropológico y ético, y que podemos percibir con fuerza en las personas que migran a nuestras sociedades occidentales.

El sufrimiento antropológico en palabras de los Müller-Granzotto[2] sería “el sentimiento que podemos compartir con otros sujetos de acto frente al desfallecimiento de la materialidad de las representaciones (del otro social) con las cuales estamos identificados” Según estos autores ese “otro social” como función del campo, o función personalidad, está compuesto por representaciones sociales eminentemente antropológicas con las que estamos identificados (cultura, tradiciones, códigos de comportamiento, instituciones…) y que por contingencias materiales de nuestra existencia piden alcanzar de diferentes modos y en diferentes grados nuestra propia identidad frente a este otro social.

De este modo, puede verse afectada nuestra función personalidad por causas fortuitas como una enfermedad, un accidente, una ruptura de pareja… con el consiguiente sufrimiento asociado.

En cambio, hablamos de sufrimiento político cuando la pérdida de estas representaciones es a favor del “deseo del dominador”: “Seducidos por la idea de felicidad proporcionada por el consumo, alienamos nuestras representaciones (nuestras casas, nuestros automóviles, nuestras joyas, derechos laborales e, inclusive nuestro propio cuerpo) a favor de crédito financiero, hipotecas más altas, intereses más baratos (…) El sufrimiento en estos casos está relacionado con la propuesta capitalista que al “comprar” la “naturaleza” antropológica  que nos constituía a cambio de empleo, casa, estado de derecho, felicidad y hasta rebeldía (como en el caso de los adeptos a la contracultura estadounidense de los años 60, lo que también incluye a cierto tipo de Terapia Gestalt), nos hizo rehenes de las deudas contraídas en nombre de objetos que, en verdad, nunca cumplen lo que prometen, encadenándonos en una rueda de consumo alimentada por la insatisfacción”

En este sentido, y dentro del sufrimiento político, podemos considerar que existe una relación entre el contexto sociocultural neoliberal descrito, y cierto nivel de anomia social, en su doble acepción de “deterioro o carencia de las normas sociales” y como trastorno del lenguaje que “impide llamar a las cosas por su nombre”, en palabras de Carmen Vazquez[3] y que de alguna manera sería la incapacidad de las estructuras sociales para proveer a las personas de lo necesario para lograr sus metas personales.

MIGRAR DEL PASADO.

De alguna forma, las anteriores palabras, a modo de capítulos introductorios nos aproximan al territorio en el que propongo nos movamos en relación a la personas migrantes: entendiendo sus sufrimientos no como tan sólo consustanciales al tránsito, que también, sino sobre todo en relación al marco sociopolítico que este momento neoliberal imprime sobre nuestras sociedades occidentales y que se traduce en marcos sociojurídicos restrictivos, culturas de la sospecha hacia el diferente y un agudo empobrecimiento de las redes básicas de relación comunitaria y familiar.

Es por ello que nuestro enfoque en torno a la problemáticas de las personas que migran no puede ser abordado adecuadamente tan solo desde una perspectiva clínica asentada sobre bases biomédicas, sino más bien precisa un marco de intervención que integre todos estos aspectos del entorno social, sin los cuales estos sufrimientos no pueden ser adecuadamente aprehendidos.

Pero, en este punto, ¿a quién nos referimos cuando hablamos de personas migrantes con las que trabajamos?

Para orientarnos podemos trazar diferentes perfiles (que como toda categorización peca de simplificación) como pueden ser el colectivo de MENAS (menores extranjeros no acompañados), principalmente niños que proceden del Magreb o del Africa Subsahariana, que en el momento en que les atendemos se encuentran protegidos por las instituciones que velan por la protección  de menores (en nuestro caso, la Dirección de Infancia de la Diputación Foral de Bizkaia), también trabajamos con JENAS (jóvenes migrantes no acompañados) los cuales tras haber permanecido en centros de protección a la infancia se encuentran inmersos en procesos de emancipación.[4]

Nos encontramos con jóvenes que se han visto “arrojados” a una vida adulta sin asideros.

Sin referentes comunitarios, deambulan por diferentes dispositivos (domiciliarios, formativos, asistenciales…) acumulando causas judiciales, problemas de salud mental, consumo problemático de sustancias, etc…

Por otro lado, hemos trabajado con adolescentes que son reagrupado por sus familias: hablamos de familias procedentes de América Latina, en su mayoría, cuyas madres han emigrado (separándose de sus parejas e hijos/as) para iniciar un proyecto migratorio que culmina en la reagrupación de adolescentes con el consiguiente doble duelo que deben atravesar: el de despedirse de sus madres en sus países de origen y el de despedirse de sus lugares de procedencia para volver a vivir con una madre que sienten les abandonó, a la cual no han visto en mucho tiempo, y que les emplaza ahora a dejar sus territorios de la infancia para comenzar un tránsito por la adolescencia en una nueva tierra, en unos nuevos cuerpos que habitan de modo extraño, donde deben buscar nuevas referencias de iguales en nuevos contextos en su mayoría hostiles y ajenos.

Encontramos a su vez otro tipo diferente de familias, en este caso monomarentales, formadas por mujeres jóvenes migrantes (en su mayoría africanas) con hijos/as a su cargo, que en no pocas ocasiones se han quedado embarazadas dentro de su proceso migratorio.

Todas ellas se encuentran en la encrucijada entre diferentes opresiones: el hecho de pertenecer a otra cultura diferente a la nuestra, de haber nacido en un país, en un continente empobrecido, y ser mujer, les ha supuesto no pocos sufrimientos.

Y por último, trabajamos con hombres y mujeres migrantes adultos, con graves y cronificadas situaciones de exclusión social severa, que han derivado en muchas ocasiones en situaciones de sinhogarismo, toxicomanías, patología mental grave…

En todos ellos y ellas emerge con fuerza la necesidad de sentirse parte de la comunidad de referencia que han escogido como “estación final” de su viaje migratorio, de ir pudiendo tejer unas raíces que les permitan un sostén.

Las dificultades generadas por la escasa capacidad de acogida de las comunidades “receptoras” a un nivel sociocultural y relacional, así como por el marco jurídico-administrativo de las mismas, han ocasionado situaciones de exclusión cronificada, imposibilitando de este modo un ajuste psicosocial adecuado.

Entendemos este sentirse parte, en un doble sentido, por un lado como la capacidad de identificarse a partir de o en contraste con un comunidad determinada de referencia, , y por otro, como la posibilidad de incidir sobre el entorno; en la línea del concepto de agencia, entendido éste como “el grado de funcionamiento autónomo” (Kagitcibasi, 2005, p. 404) dentro de un determinado contexto social.

La capacidad de agencia alude a los aspectos del funcionamiento humano autónomo en relación a la competencia personal, enfocándose principalmente en el individuo como un actor que opera en un contexto social (Pick et al., 2007) donde “las personas son los productores además de los productos de sistemas sociales” (Bandura, 2001).  El concepto de agencia concentra más que la acción; también incluye la intención, el significado, la motivación y el propósito que las personas imprimen en sus actividades (Kabeer, 1999b; Sen, 1999, Pick et al., 2007). La agencia humana es, por tanto, la capacidad de entrenar el control sobre nuestro propio funcionamiento y sobre los acontecimientos que influyen en nuestra vida (Bandura, 2001). 

Se trata de un concepto creado a partir de una palabra que logra su mayor significación en el francés, y no en su traducción literal al castellano. Proviene del verbo latino ago, agis, agere, que significa hacer (ejemplos: agente, agenda). Por tanto, está ligado a una pragmática.

Por otro lado, las aportaciones al concepto de agenciamiento planteadas por Deleuze y Guattari, subrayan una doble vertiente del concepto: la colectiva de enunciación (producción de enunciados) y la maquínica de deseo (producción de deseo).

Cada ente del agenciamiento, una persona determinada, es un agente de enunciación de lo colectivo, por lo cual es atravesado. De alguna manera, la persona es agente de su propia realidad, en tanto en cuanto es agenciada por ella, contruímos nuestra propia realidad, y a su vez somos construidos por ella.

En cuanto a la producción deseante en el agenciamiento (el concepto de deseo como producción, que maneja Deleuze), Deleuze-Guattari han aludido durante buen tiempo de sus escritos, a la noción de “máquina deseante” que se produce en un “entre”, ya que éste (según estos autores) el deseo no ocurre en alguien, sino entre dos agentes. La máquina deseante se ubicaría en el entre, la línea de encuentro de al menos dos términos de una relación social.

Desde esta conceptualización, la sintomatología de la persona migrante puede entenderse como una dificultad en relación al agenciamiento, esto es, como un sufrimiento generado en su relación con   el entorno, en cómo su producción deseante es atascada en un “entre” no favorecedor.

La cínica depresiva es un claro ejemplo de cómo el deseo de arraigo, de prosperar, de “buscarse la vida” es de-primido, es o-primido por un contexto social determinado. Tal y como encontramos en el fondo experiencial que las personas migrantes en situación de exclusión social presentan.

RESISTENCIA.

De modo concatenado al concepto de agencia nos encontramos el de resistencia.

La resistencia de un elemento se define como su capacidad para resistir esfuerzos y fuerzas aplicados sin romperse, adquirir deformaciones permanentes o deteriorarse de algún modo.

En términos psicológicos (más allá de las consideraciones negativas planteadas en torno a esta acepción desde el psicoanálisis) podemos hablar de la capacidad de no quebrar frente a una situación determinada.

Por otro lado, el término “resiliencia”, tomado de la física de los materiales, nos habla de la capacidad de sobreponerse a las adversidades, y poder crecer a partir de las mismas.

Generalmente se emplea este concepto al hablar de momentos específicos, críticos en nuestras vidas (fallecimientos, cambios bruscos o inesperados,…) en la línea del sufrimiento antropológico que citábamos anteriormente,… pero qué ocurre cuando el momento crítico se cronifica, cuando la dificultad pasa a teñir toda la realidad?

Podemos definir la resiliencia como la propiedad de un material que permite que recupere su forma o posición original después de ser sometido a una fuerza de doblado, estiramiento o compresión.

Parece lógico afirmar que si la fuerza que se opone a un elemento es constante no permitimos que despliegue su capacidad de resiliencia, esto es, que recupere su forma original. Es por ello, que debido a la constancia de los estresores que la persona migrante vive, quizá sea el término resistencia, el que mejor describa su situación, y en esa clave, poder entender el abordaje terapeútico en clave resistente, apoyando así la exploración de formas creativas de resistencia frente a un contexto claramente hostil.

IDENTIDADES.

Trabajar con personas que migran es trabajar con el camino. Supone aprehender la realidad en gerundio, entendernos desde el ser-en-tránsito, de un modo inacabado. Como un “devenir” en palabras de Gilles Deleuze[5].

Esta experiencia es muy habitual en todas aquellas personas que cambian de emplazamiento, y se encuentran en un “lugar transicional” en el que no acaban de formar parte del lugar en el que están, y han dejado de ser del lugar del que vienen.

Se generan “identidades híbridas”, procesos en los que se fusionan aspectos diferentes en nuevos todos complejos, que suponen sin duda nuevas realidades de crecimiento, y a su vez sufrimiento, ya que todo proceso de transición supone a la vez un duelo y un encuentro.

En este sentido es clave para la intervención reconstruir la capacidad de narrar colaborativamente, situando los diferentes procesos que se despliegan dentro de una óptica de crecimiento, y no de juicio o de rechazo.

Estos procesos son especialmente críticos en el “momento adolescente”, donde la necesidad del o la adolescente pivotan en torno a la construcción de una identidad que les permita sentirse parte de su comunidad de iguales de referencia… pero entonces, cómo manejar las tensiones que suponen las identificaciones con sus culturas de referencia, con sus familias… O, ¿cómo hacer para poder sentirse parte del resto de chicos y chicas adolescentes del nuevo país en el que viven…? ¿Cómo resolver esta conflictiva?

NARRACIÓN.

La narrativa de la migración tiene mucho que ver con la del “viaje del héroe”, con la reminiscencia mitológica del éxodo, del viaje, de la aventura… y que de hecho, resuena como una música de fondo en los relatos de sus vidas.

Es por ello que, y tal como describía en la palabra anterior, es clave reivindicar la narrativa.

La manera en que nos contamos es trascendental: si han emprendido un viaje, o si han huído de algo, de alguien. Sin les han enviado, o es un sueño. Si buscaban a alguien, o han sido “arrebatados/as” de su casa. Si ya emigraron de casa antes, y tan solo después cambiaron de país. Quizá salir de casa, vivir en la calle haya significado un proceso migratorio más importante.

De qué manera viven la distancia con respecto a sus familias, las llamadas a casa, la posibilidad o  no de mandar dinero, qué significan las redes sociales en su manera de estar en el mundo, cómo es vivir la vergüenza, o la culpa… se convierten en núcleos centrales del abordaje terapeútico.

SUBJETIVACIÓN.

Desde esta óptica de la narración, desde esta reivindicación del gerundio creo que otra palabra en este crucigrama de complejidades es el de la subjetivación.

Si entendemos ésta desde la consideración de Foucault[6], podemos afirmar que cada época tiene un modo histórico de subjetivación porque en cada noción de subjetividad se articulan las distribuciones de poder político que se corresponden al momento histórico en que se construyeron. La subjetividad es el modo en que el sujeto hace la experiencia de sí mismo, pero esa experiencia no es igual para todos, es la experiencia del particular mundo en el que se vive. En cada momento histórico, los individuos van construyendo diferentes formas de subjetividad.

Desde esta concepción, los movimientos feministas han planteado la cuestión de cómo el género como construcción histórica y sociopolítica ha atravesado la cuestión de cómo construimos nuestra subjetividad.

Nancy Fraser[7] detalla y amplifica la cuestión de la subjetivación y su narrativa, en relación con los recursos discursivos disponibles en un momento social determinado:

“(…) lo que yo llamo "los medios socioculturales de interpretación y comunicación" (MIC) . Con este término me refiero al conjunto específico, cultural e histórico, de recursos discursivos disponibles para los miembros de una colectividad social dada, enfrentados con sus demandas

Entre estos recursos se encuentran los siguientes :

1 . Los lenguajes oficialmente reconocidos con los que se puede argumentar las demandas; por ejemplo, el discurso de las necesidades, el discurso del derecho, el discurso de los intereses .

2. Los términos disponibles para ejemplificar concretamente demandas en estos discursos ; por lo tanto, en relación al discurso de las necesidades, ¿cuáles son los términos disponibles para interpretar y comunicar las propias necesidades? Por ejemplo, términos terapéuticos, términos administrativos, términos religiosos, términos feministas, términos socialistas .

3. Los paradigmas de argumentación aceptados como autorizados para juzgar las demandas en conflicto; en relación con el discurso de las necesidades, ¿cómo se resuelven los conflictos sobre la interpretación de las necesidades?, ¿apelando a expertos científicos?, ¿por compromisos con intermediarios?, ¿por votación de acuerdo con mayorías?, ¿privilegiando las interpretaciones de las personas cuyas necesidades están en cuestión?

4. Las convenciones narrativas disponibles para construir las historias individuales y colectivas que son constitutivas de las identidades sociales de las personas.

5. Los modos de subjetivación, o sea, las formas en las que varios discursos ubican a las personas a quienes se dirigen como sujetos de un tipo específico, dotados de ciertas capacidades específicas para la acción; por ejemplo, como "normales" o "desviados", como condicionados causalmente o libremente auto-determinados, como víctimas o como activistas en potencia, como individuos únicos o como miembros de grupos sociales”

De este modo, coloca la subjetividad en la historia, y ésta en relación a cómo ésta es narrada, en función de qué recursos narrativas, de qué manera podemos nombrar, nombrarnos…

La manera histórica en que narramos nuestros procesos de subjetivación es clave para los procesos mismos de subjetivación. Creamos una realidad que a su vez nos crea.

En ese sentido, la manera en cómo consideramos la psicopatología, o qué es la normalidad o la anomalía como sociedad influye directamente en la manera de cómo nos nombramos. Así, las consideraciones en torno a la homosexualidad como una “desviación” de la norma, o el debate en torno a la transexualidad, o al diagnóstico de TDAH nos remiten a la cuestión de qué es lo normal, qué hacemos con la anomalía, cómo dialogamos con el o la diferente… Todas ellas cuestiones clave a la hora de entrar en relación con la persona que migra…

Así pues y tomando en cuenta cómo claves tales como raza, clase, género, sexualidad, (u otras nuevas diferencias que pueden generar desigualdades significativas y dominación en la vida social como la nacionalidad, la religión, la edad y la diversidad funcional) es clave poder interrogarse cómo, en clave de interseccionalidad[8] situada, la persona que tengo delante en un contexto terapeútico encarna este sufrimiento, para poder estar presente en relación al proceso que emerge de este “fondo interseccional” que se actualiza en la situación presente.

AJUSTE PSICOSOCIAL.

Situar el foco en el ajuste implica necesariamente cambiar la mirada individualista, que entiende al ser humano como aislado del entorno para poder ser comprendido, como en un proceso de medicina forense, para entenderlo como parte de un entorno, de un campo relacional del que de un modo u otro formamos parte.

Por otro lado, supone trascender el modelo de Maslow en relación a las necesidades, ya que las necesidades sociales, vinculares, relacionales… se dan en todo el continuo de la pirámide que dibujaba, y tal y como numerosa investigación neuropsicológica subraya en relación con la psicología del desarrollo.

Es por ello que precisamos de un paradigma de interpretación relacional que nos permita entender a la persona diferente como parte de un contexto que también me atraviesa, como terapeuta, ciudadano…etc…

POLITIZACIÓN.

A partir de las practicas con personas que sufren diferentes situaciones de exclusión/opresión un último elemento a considerar es el del posible riesgo en que podemos incurrir al reducir el malestar a un simple síntoma psicológico, reduciendo un problema a todas luces sistémico (como puede ser el hecho de la migración) a un mero síntoma o a un “trastorno” mediante el cual la persona enferma, o que simplemente acarrea.

Es por ello que, en clave terapeútica (en su etimología therapeuein de cuidar, atender, aliviar…) podamos atender a aquellos aspectos políticos que atraviesan a la persona con la que trabajamos. De este modo, la propuesta es co-construir un espacio relacional en que contextualizar la experiencia del paciente de cara a comprender de qué manera el entorno, y en concreto al ajuste en relación al mismo,  configura la propia experiencia vivida, el campo en que la persona está viviendo.

El objetivo último de este proceso es poder explorar conjuntamente cómo sostener esta experiencia para que ,a partir de la movilización de fuerzas dentro de este campo, el o la paciente pueda transformar aquellas categorías de la realidad que le atraviesan, más que adaptarse a las mismas.

Desde esta concepción del proceso terapeútico, podemos volver a repolitizar el malestar, resituando el mismo dentro de un contexto que incide de modo directo en la manera en que vivimos.

Seguramente, aquí resida el elemento terapeútico, a mi juicio,  más potente: ser capaces de  trabajar conjuntamente para volver a recuperar la capacidad de agenciamiento sobre la realidad, recolocando el malestar en el ajuste persona/sociedad y poder salir así hacia el entorno en clave de transformación.

 

 

[1] “Fortunas del Feminismo” Nancy Fraser. Ed. Traficantes de Sueños. Madrid. 2015.

[2] “Biopoder, totalitarismo y la clínica del sufrimiento” Summus Editorial, 2013

[3] “Sin ti no puedo ser yo”, Los libros del CTP, Madrid, 2014

[4] Las más de las veces sin recursos sociales de apoyo adecuados a su situación personal, sin duda por una deficiente política de asistencia social con respecto al colectivo y por la premura por atender a un colectivo, por parte del Tercer Sector de Accion Social, que sin duda generó diversos ensayos que no siempre han obtenido los resultados esperados.

[5] El Antiedipo. Capitalismo y Esquizofrenia (1972): Deleuze y Guattari. Ediciones Corregidor.

[6] Foucault: “Vigilar y Castigar” (1975)

[7] Nancy Fraser: “Fortunas del Feminismo” Cap 2 “La lucha por las necesidades: Esbozo de una teoría crítica socialista-feminista de la cultura política del capitalismo tardío” Ed. Traficantes de Sueños 2015.

[8] La interseccionalidad es un término acuñado en 1989 por la activista y académica Kimberlé Williams Crenshaw. Es el estudio de las identidades sociales solapadas o intersectadas y sus respectivos sistemas de opresión, dominación o discriminación. La teoría sugiere y examina cómo varias categorías biológicas, sociales y culturales como el género, la etnia, la raza, la clase, la discapacidad, la orientación sexual, la religión, la casta, la edad, la nacionalidad y otros ejes de identidad interaccionan en múltiples y a menudo simultáneos niveles. La teoría propone que debemos pensar en cada elemento o rasgo de una persona como unido de manera inextricable con todos los demás elementos, para poder comprender de forma completa la propia identidad.​ Este marco puede usarse para comprender cómo ocurre la injusticia sistemática y la desigualdad social desde una base multidimensional. Fuente: Wikipedia.

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