Fronteras, mulos y relatos de vida

Por Eva Gil Rodríguez (Vigo)

Ao meu abuelo[1], que camiña ao meu carón nunha raia imaxinaria

Las mulas acompañaban a los hombres que contrabandeaban con café y almendras en la frontera de Portugal y Galiza, en el espacio conocido como a Raia. Un viaje que se realizaba durante una noche entera y en el que se mantenían a salvo sobornando a la Guardia Civil para que dejaran pasos abiertos. Al llegar la luz del día; dormir unas horas, trabajar el campo y esperar a la noche para volver a emprender un nuevo camino que acercaba los productos a los compradores en Ourense. El viaje suponía horas de caminata, el cruce del río con temperaturas heladoras y el inevitable riesgo de que un día la Guardia Civil decidiera romper el pacto de “ayuda” mutua.

Empiezo el texto con el relato de unos años de la vida de mi abuelo, que durante un tiempo cruzó esta frontera, hasta que reunió el dinero suficiente para cruzar otra, la del Océnano Atlántico, desembarcando en Venezuela. Allí también cruzaba una frontera, la que separa/une al país venezolano con Colombia, esa que los medios se empeñan en mostrarnos una y otra vez con largas filas de personas atravesando un puente. Mi abuelo cruzaba por debajo del puente para que no lo “cazaran” los guardias, pero esta vez no lo hacía para conseguir más dinero, si no para asistir a partidos de fútbol junto a sus compañeros de trabajo; por aquel entonces mi abuelo trabajaba talando árboles en la selva. Frontera es aquello que impide que lleguemos a lo que queremos, me dice Carmen, sean sueños, comida o la posibilidad de compartir buenos momentos.

Mari cree que la frontera te obliga a situarte a uno u otro lado, te etiqueta y te amarra, como se amarra a las mulas para que sigan el camino que se les marca. Pero también piensa que las fronteras nos permiten ampliar los marcos[2], moverlas, cruzarlas y de esta forma ampliarnos nosotras en búsqueda de otras formas de vida.

En este breve trabajo pretendo acercarme a diferentes formas de frontera, inspirándome en Anzaldúa y su visión de las mismas, y trayendo el relato de 6 personas y el recuerdo que me dejó mi abuelo.

 

Las mulas hablan galego

Tengo 40 años, hablo galego y me educaron para hablar en español. En mi generación no soy única, es una historia que se repite en Galiza.

Mis abuelos y abuelas tenían un único idioma; en Escudeiros[3] solo se hablaba galego. El recuerdo que tenían de la escuela era el de aprender a contar, a leer y a cantar caciones. Sabían cantar en español, pero no lo sabían hablar. Dos de mis abuelos lo aprendieron cuándo fueron a Venezuela, por lo que si algún día llegaba a casa algunha visita de Madrid, repetían la palabra chévere en cada frase para demostrarle a la visitante que también conocían su lengua.

Mi madre llegó a la ciudad de Ourense con 7 años, solo hablaba galego. En el colegio, de señoritas y monjas, la insultaban, empujaban y se burlaban de ella porque hablaba como una paleta. Con 10 años llegó a Venezuela y dice no haber tenido ningún problema con su idioma. Cuándo mis hermanas y yo nacimos mi madre decidió que nos educaría en español, porque no quería que sus hijas fueran vistas como inferiores por hablar en su propia lengua.

Mari nació en Salvador de Bahía. Sus abuelos/as eran de A Cañiza (Pontevedra) y durante años ella pensó que hablaban un mal portugués. En el relato que recibió en sus primeros años de vida, sabía que ellas venían de un lugar en el que existía el castellano y pensaba que aprendieran a hablar el portugués de forma incompleta. Solo unos años después comprendió que hablaban galego, la lengua no nombrada. Su nombre, el de ella, María Del Carmen, es un nombre en español elegido en un país lusófono. Ella dice que es reflejo “del sometimiento cultural y del autoodio” que define a Galiza. A día de hoy sigue viviendo su postura con el idioma como una frontera que atravesar a diario, porque su galego no es el de “la mayoría”.

Mar, que vive en a Raia húmida, al reflexionar sobre las fronteras lingüísticas nos dice que son construídas con intención. El galego y el portugués son lenguas hermanas, tan cercanas que casi se tocan, pero son vistas como diferentes. Lo que nos nombra como diferentes, nos separa.

La madre de Cris es portuguesa y se vino a Galiza siendo una adolescente. Aprendió a hablar en español y educó a su hija hablando en español. El galego no existe, pero el portugués tampoco. La vergüenza de la pobreza nos persigue a unas y otras y ese autoodio del que hablaba Mari no es patrimonio exclusivo de las galegas.

 

Burros, mulas y caballos

“¿Sentimiento de inferioridad? No, sentimiento de inexistencia” son las palabras que utiliza Fanon en relación al concepto de no-ser al que lo lleva la sociedad blanca. Desde el relato que Cris hace del periplo de su madre podemos vislumbrar que por debajo de las mulas están los burros, que a las galegas nos queda el consuelo de que las portuguesas aún son más “burras”. La frontera de clase que tanto me nombra Mar. El privilegio de estar en un lado o en el otro de la marca de la frontera. Recuerda mi madre las palabras de una señora que hablaba sobre su hija: “estoulle a coser un vestido, porque malo será que non case, aínda que sexa cun portugués”. Mi padre se rie y dice: “o consuelo que tiñamos era que os portugueses aínda estaban peor ca nós”

Las fronteras contruyen continuamente un otro y refuerzan identidades con la ilusión de que nos salven de la opresión a las que nos someten desde otra frontera, aquella que nos conviene un poco menos. En las fronteras hay guardias, separación y como decía Anzaldúa están caracteriazadas por el odio, la ira y la explotación.

Lo que antes nos convertía en oprimidas, nos mueve ahora al lugar de privilegiadas. Tal y como me van relatando todas las personas con las que hablo, todo depende del lugar en el que te toque estar. Y en estos momentos somos las privilegiadas, porque como dice Eduardo Romero “las sucesivas leyes de extranjería han contribuído al socavamiento generalizado de los salarios y las condiciones de trabajo y de vida mediante una especial subordinación de millones de personas recién llegadas al Estado español.”

Los caballos, que no yeguas, son los amos y señores, es Europa, es la sociedad blanca contruyendo la identidad del otro por debajo de su propio yo. Las migrantes son las otras, a las que no damos oportunidad. Y seguirán siendo las otras mietras no abramos nuestras fronteras, mientras no abramos nuestros cuerpos a su presencia; porque cuando entramos en relación dejan de ser las otras, para pasar a ser personas.

 

El sexo de las mulas

“Cúal deberíamos ser, la fuerte o la sumisa, la rebelde o la conformista?” Con estas palabras Anzaldúa pone en cuestión el legado cultural, aquel que nos brindan nuestras madres, el que nos convierte en mujeres. Pero, ¿qué mujeres queremos ser?

La heteronormatividad nos persigue invitándonos a contruir un camino que nos convierte en hombres y mujeres, que refleja en nuestros cuerpos los deseos de una cultura subyugada al capital. Pero los cuerpos y los deseos no son homogéneos y aunque intentemos mostrarles el camino tienden a torcer en el primer cruce, como hacen las mulas, que en su tozudez deciden coger el ramal que mejor le conviene.

La frontera es género, es sexo o es cualquier otra imposición que suponga una etiqueta y un lugar que ocupar de forma inamovible. Decía Anzaldúa: “me fragmentarán y a cada pequeño pedazo le pondrán una etiqueta”.

 

Mulas: mitad yegua, mitad burro. Cómo desbordar las fronteras.

Anzaldúa decía que era mitad mitad. “Hay algo irresistible en ser hombre y mujer a la vez, en tener acceso a ambos mundos”

Más alla de la frontera como límite, como aquello que no nos permite acceder, hay una frontera como reto, como búsqueda de lo novedoso. Nuestro cuerpo es una frontera que al entrar en relación con otros cuerpos se nutre del intercambio, de lo desconocido. Conchi, que como muchas enfermeras de Galiza trabajó durante varios años en Portugal, me cuenta que para ella la frontera supone un reto, una dificultad, poque hai que pasarla, pero del otro lado te espera lo novedoso, algo que descubrir.

Cruzar las fronteras, físicas o subjetivas, supone un esfuerzo y un cuestionamiento continuo, pero también abre posibilidades y nos permite romper con lo homogéneo y explorar nuevas posibilidades de vida.

 

Referencias

Los relatos de vida son de Mari, Mar, Cris, Conchi, Carmen, Loli e Pepe dende o recordo. Y con el de ellas mi propio relato.

  • Anzaldúa. G. (2012). Bordelans/La Frontera: The new mestiza. San Francisco: Aunt Lute Books
  • Fanon, F. (2009). Piel negra, máscaras blancas. Madrid: Akal
  • Mezzadra, S. y Neilson, B. (2017). La frontera como método. Madrid: Traficantes de Sueños
  • Moraga, C. y Castillo, A. (2017) Este puente mi espalda. Voces de mujeres tercermundistas en Estados Unidos. San Francisco: ISM Press
  • Romero, E. (2010). Un deseo apasionado de trabajo más barato y servicial. Migraciones, fronteras y capitalismo. Oviedo: Cambalache

 

 


[1]     La palabra oficial en galego para abuelo es avó, pero en el lugar dónde me crié nos referimos a nuetras figuras adultas utilizando el español: mi padre, mi madre, mi abuelo y mi abuela

[2]     Los marcos son postes o cualquier objeto que sirve para delimintar propiedades y que en Galiza tienen una gran importancia

[3]     Aldea del interior de Ourense. Actualmente cuenta con 39 habitantes, pero en la época de mis abuelos y abuelas vivían alrededor de 265 personas.

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